viernes, abril 29, 2005

Apocalipsis - Mi primer borrador

Los evidentes signos apocalípticos de los últimos meses (tsunami, controversia con el Papa y la crisis del Atleti fuera de casa), me incitaron, no hace mucho, a pasar unos días en la isla griega de Patmos, allí donde se supone que San Juan escribió el Apocalipsis, último libro de los evangelios donde se revelan los postreros días del mundo. Hete aquí, que paseando por el monte encontré una extraña piedra con forma de baúl y me detuve a observarla. Resultó ser un baúl con extraña forma de piedra. Con mucho cuidado, para no deteriorar una posible reliquia, coloqué un cartucho de dinamita en la cerradura y lo hice explotar. Como suponía, aquello sólo guardaba un montón de pedacitos humeantes sin valor alguno, y dos objetos más o menos intactos: un pedazo de copa con una inscripción que decía "Recuerdo de nuestra última cena - Zalacaín Año 33" y un libro con notas titulado "Apocalipsis - Mi primer borrador". No tardé mucho tiempo en darme cuenta del hallazgo que acababa de realizar, y tras unos días meditando si debía o no publicarlo, si se tomaría o no en serio, he decidido que el derecho a la información es de extrema importancia, aún en los casos en los que medio mundo se entera de que tu mujer te la pega con otro. Estas son las primeras notas apocalípticas del Apocalipsis:

Los seis primeros sellos

Vi, pues, cómo el Cordero abrió el primero de los siete sellos, y oí al primero de los cuatro animales que decía, con voz como de trueno: Ven, y cuéntalo. Yo miré; y he ahí un caballo blanco, y el que lo montaba tenía un arco; y utilizó el arco para amenazar a sus rivales y ganar el Grand National, y después se dedicó a las carreras profesionales y todo el mundo apostaba por él hasta que dos tipos le quitaron el arco y le partieron las piernas. Y como hubiese abierto el segundo sello, oí al segundo animal, que decía: Ven y verás. Y salió otro caballo bermejo; y al que lo montaba se le dió el poder de desterrar la paz de la tierra; y el jinete se volvió loco buscando paz en la tierra que desterrar, y como no la encontraba se pasó seis meses en el paro e hizo un curso sobre dobladillos de visillos y después se dedicó al cultivo de tomates de pera.
Abierto que hubo el sello tercero, oí al tercer animal, que decía: Ven, y verás. Y vi un caballo negro; y el que lo montaba tenía una balanza en su mano. Y se dedicaba a pesar todo lo que tenía a mano, hasta que pesó un melón de setenta y cinco kilos y ganó el concurso de hortalizas de Villanueva del Bartolo, y empeñó la balanza y el caballo y se compró un microondas.
Después que abrió el sello cuarto, me adelanté al cuarto animal y dije: No digas . Ya voy, ya veo. Y he ahí un caballo pálido y macilento, cuyo jinete tenía por nombre Muerte, y se dirigía al Registro Civil para cambiarlo por Ramón, pero el infierno lo iba siguiendo y diósele poder para matar a los hombres a cuchillo, y el jinete se quejaba al infierno porque aquello de matar era delito y la Administración no le dejaba cambiarse el nombre. Y cuando hubo abierto el quinto sello, vi al pie del altar las almas de los que fueron muertos por ratificar el testimonio de Dios y no defraudar a Hacienda. Y clamaban a grandes voces, diciendo: ¿Hasta cuando, Señor, tendremos que soportar las retransmisiones de toros con cámara superlenta? Y el Señor les entregó un vestido blanco y un balón de futbol para que se entretuvieran hasta que el número de mártires fuese el adecuado para intervenir. Vi asimismo como se abrió el sexto sello, y el sol se puso negro y la luna roja; y las televisiones del mundo martirizaron a los hombres con reportajes especiales sobre el fenómeno. Y las estrellas cayeron del cielo y Carmen Sevilla recuperó la memoria; y los pepinos ya nunca más supieron a pepinos sino a sofrito de tomate. Y con el septimo sello, el Cordero envío una carta certificada anunciando el fin del mundo.

Las siete trompetas

Los siete Angeles que tenían las siete trompetas se dispusieron a tocarlas. Tocó el primero Paquito Chocolatero y formóse una tempestad de granizo y fuego que descargó sobre la Tierra, arrasando la tercera parte de la misma. Tocó el segundo un la sostenido y miles de elefantes en celo sintieron repentina atracción por los perros chiuaua; y un astro del cielo llamado Tabasco cayó en las aguas y miles de hombres murieron con ardores de estómago. Tocó la trompeta el cuarto Ángel, con un solo a lo Pérez Prado, y los ratones se comieron las cotizaciones de Wall Street mientras las colas de los leones se convertían en compota de manzana. Llegó el quinto Ángel y tocó su trompeta; millares de escorpiones surgieron de la tierra para atormentar a los hombres; y se colgaban de sus narices y les mordían los párpados hasta dejar el globo ocular al descubierto; y es así que la tercera parte de los hombres quedó con los ojos saltones. Tocó el sexto Ángel y bajaron del cielo doscientos millones de abogados para demandar a los hombres; y la tercera parte de la humanidad perdió sus juicios y tuvieron que pagar las costas. Y después, en efecto, el séptimo Ángel tocó la trompeta; y se sintieron voces grandes en el cielo que decían: No son horas estas para tocar la trompeta.

La mujer y el dragón

En esto apareció una mujer encinta con contracciones cada diez minutos. Al mismo tiempo apareció un dragón con siete cabezas y siete tarjetas de crédito. El dragón se puso delante de la mujer y le dijo: Aquí no puede parir, es una clínica privada. Pero ella dio a luz a un varón y se fue al desierto; y el dragón la persiguió durante tres años y después se volvió para ver la final de la Superbowl. Después de esto vinieron más bestias y lucharon con ángeles, y el Cordero levantó su voz en el cielo para decir: ¡Pues buena la hemos liado!

Las copas de la ira de Dios

Y a alguien se le ocurrió la idea: Id y derramad las siete tazas de la ira de Dios en la tierra. Partió el primero de los angeles con un vino Burdeos del 88 y se formó una úlcera cruel y maligna en los hombres; ese fue el castigo por olvidar el Ribera del Duero. El segundo derramó una taza con gazpacho andaluz, y todos aquellos que lo calentaron como una sopa fueron marcados con el sello de estúpidos. El tercer Ángel derramó agua de Barcelona sobre los ríos para que los hombres sufrieran diarreas; y así fue que la tercera parte de la tierra quedó cubierta por excrementos. La cuarta copa vertió un puñado de arroz, y hombres y mujeres solteros quedaron casados ante los ojos de Dios; y los hombres preguntaban: Señor, ante tus ojos ¿separación de bienes o bienes ganaciales? Y así fue que la tercera parte de la humanidad fue condenada al divorcio. El quinto Ángel derramó su taza en el trono de la Bestia; y como era de ante lo arruinó por completo, y como era el fin del mundo ninguna tintorería estaba abierta; y el reino de la bestia quedó en tinieblas porque la lavadora saltó los plomos. El sexto Ángel vertió su taza sobre el río Éufrates a la vez que una profunda exclamación oscureció el cielo: ¡Gracioso, ahora haces tú el café! Y le tocó el turno al séptimo Ángel, al que no le quedó nada que derramar, así que lanzó la copa vacía e hizo un enorme agujero donde quedaron atrapados la tercera parte de los estomatólogos.

Regocijo en el cielo

Después de estas cosas que oí en el cielo una voz de muchas gentes gritó: ¡Aleluya! ¿Que te ha parecido el ácido lisérgico? Y siete ángeles con siete vasos de agua se acercaron hasta mí y me mostraron el árbol de la vida; tenía siete ramas y siete frutos distintos. Me despedí siete veces y prometí otras siete contar lo que había visto. Y acabé hasta los siete gorros del dichoso número siete.

viernes, abril 22, 2005

El meón

Un inmenso descanso nos llena y una sensación de liviandad invade nuestros cuerpos, dejando en ellos el placer del desahogo, cuando, con una profunda espiración, en un ejercicio de voluntad reprimida, desalojamos nuestra vejiga con mayor placer que el éxtasis místico.

Cuando era pequeño acudía con asiduidad a los servicios, debido, decían, a un problema de incontinencia. Fuera lo que fuere, no pasaba mucho tiempo antes de que volviese a pedir a un adulto, con candorosa inocencia, que me acompañase al servicio para ayudarme en el ejercicio de la micción. Petición que ahora se antoja estúpida, no ya porque sería comprometido pedirle a alguien tal favor, sino porque entonces, a buen seguro, resultaba incómodo para más de uno y, la verdad, algo desagradable para mí. Un día, harto de tener que esperar a que alguien me acompañase, me fui yo solito y experimenté esa alegría loca que sienten los niños cuando aprenden algo solos. Desde entonces soy un autodidacta.

A medida que pasaban los años, mi costumbre de ir al baño cada dos por tres no decrecía, sino que más bien aumentaba, debido, decían, a una cuestión psicológica. Todo aquel tiempo que pasaba ante el urinario resultaba provechoso. En principio, salió la vena artística de mi interior y me dedicaba a hacer todo tipo de rizos, parábolas y figuras con el chorrito que a mi antojo controlaba; con la destreza de un pintor que maneja su pincel o la de un escritor con su pluma, manipulaba mi instrumento de expresión, y, he de decir, que aquellos momentos resultaban, sin duda, los más ociosos. Con el tiempo dejé de jugar pero no de ir al retrete. Resultaba un paréntesis maravilloso, en el trabajo o en casa, recluirse un par de minutos en una meadita; ordenaba mis ideas y hacía planes inmediatos, reflexionaba sobre lo acontecido desde mi última visita al lavabo, y disfrutaba de mis emociones a solas sobre aquella cascada de corta vida. Esto, sin embargo, no lo podían entender mis familiares y amigos.

Bajo sus presiones visité a un urólogo, quién me hizo todo tipo de pruebas, pero no encontró nada susceptible de enfermedad y me remitió a un psicólogo. Acepté, con natural desagrado, la consulta con el especialista, aunque todos coincidían en que mi equilibrio emocional estaba fuera de toda duda. Así coincidió el psicólogo en su diagnóstico, asegurando que no corrían ningún peligro ni mi salud ni mi cordura, pero interesado por el extraño motus animi continuus que definía mi conducta, me propuso seguir con las sesiones sin que ello me supusiera gasto alguno. Dejamos aquello sin respuestas y bajo sospecha de contagio, pues, últimamente, tan continuadas eran sus ausencias excusadas como las mías, hasta llegar al punto de no poder trabajar juntos por incompatibilidad fisiológica.

Durante mucho tiempo deje de plantearme el porqué de mi costumbre. Me bastaba ponerme de cara a la pared, relajar el diafragma, cerrar los ojos y evadirme de la realidad, viajar por un mundo de ensueño, construido a mi antojo, sin paraíso, sin infierno, sin maldades ni bondades, sin más que vida en estado puro; vida que se acababa con unas gotas anunciantes del final de esa ideal existencia y el nuevo principio de otra vida, dura y real.

Es posible que mi vida hubiera acabado en un urinario, como la de muchos otros, si no me hubiera armado de coraje e ilusión. Pero, de verdad, se acabaron aquellos tiempos de echar una meadita en un árbol. De todas formas, ¿a quién le gusta que le llamen meón?

lunes, abril 11, 2005

Repetimos

Se repiten en ti las estrellas.
Se repiten las cascadas
y las viejas sombras de árbol.
Se repiten los trinos,
y en ti se repiten amores,
y también se repiten olvidos.

Se repiten dolores y miedos,
se repiten los mares,
las olas, la brisa y los besos.

Y con la misma tinta
que escribí aquellos,
me repito, me repites,
se repiten los versos.