miércoles, diciembre 28, 2005

Navidad en la luna

"Abuelo, ¿Santa Claus existe?"-"Eh...Pues, verás...Dicen que el único hombre que lo sabe con seguridad vive en la Luna desde hace muchos años." Aquella fue la respuesta ingeniosa que me dio mi abuelo en la infancia, y ocurrió que entonces yo no entendí lo que quería decir. En realidad, él pensaba que si alguien creía de verdad que Santa Claus existía, estaría en la Luna, en Babia, enajenado, desequilibrado o como queráis llamar a un loco. Al fin y al cabo esto es lo que piensa casi todo el mundo. Así que me dio aquella respuesta para no traicionarse, pues para mi abuelo lo más importante en la conducta de una persona era la coherencia, y para no traicionarme, porque dada la edad que tenía cuando pregunté aquello pensó que todavía merecía un tiempo para la ilusión. Pero yo lo entendí de otra forma.

Pensé que realmente vivía un hombre en la Luna que conocía la verdad. Un hombre que, muchos años atrás, habría vivido en la Tierra, es más, quizás fuera niño cuando vivía en nuestro planeta. Un niño curioso que un día de Nochebuena sorprendió a Santa Claus entrando por la ventana para dejar sus regalos. Y al niño no se le ocurrió otra cosa que berrear cuando descubrió que su regalo no era el que esperaba. "¡Eres un farsante y un instigador del consumismo! ¿Te crees que por tener una camada de dudosos renos voladores puedes jugar con las ilusiones de la gente? No me vengas con excusas, las sé todas. Vives al servicio de los grandes almacenes y has vendido hasta el último pelo de tu barba blanca al mejor postor. ¡No eres nadie! ¡Ojalá no existieras!" Tamaña perorata le sentó a Santa Claus como un tiro, porque independientemente de que hubiera parte de verdad en aquello, o tuviese sus razones para mantener acuerdos comerciales, no podía prever que un niño reaccionase de esa manera. Y no sólo no podía esperarlo, sino que tampoco podía permitirlo. Si un niño dudaba de él de aquella forma, se le iría el negocio al garete. Una cosa es que la gente piense que Santa Claus es un pretexto del consumo, y otra muy distinta meter en el saco de los ejecutivos sin escrúpulos al propio Santa Claus. Así que decidió protegerse y se cargó con el chavalín dejándolo en un vuelo abandonado en la Luna. Esto, debéis pensar, no cuadra mucho con la bondad de Santa, pero yo en aquella época creía tanto en él que le justificaba cualquier acto; por ejemplo, que a mí no me trajese todo lo que le pedía, y, también este otro imaginado. El caso es que yo pensaba que allí se había quedado el niño, en la luna, desterrado para la eternidad por haber perdido su fe.

Así creí la historia durante años, y creí en santa Claus de aquella forma, mezclando ilusión y temor a partes iguales. Tuvo, además, una patente influencia en mi futuro profesional, pues empecé a interesarme con pasión por la física hasta convertirme en Doctor en Astrofísica. Precisamente conocer el Universo, o intentar hacerlo, ofrece un visión distinta de las cosas, en particular de la existencia de Papá Noel y los renos voladores. Como padre he tenido que enfretarme a la dichosa pregunta y mateniendo la coherencia que mi abuelo me inculcó respondí con precisión y sin mentiras a mi hijo: sí, existe Santa Claus. Existen los Reyes Magos, también. Existen todos esos personajes en cada uno de nosotros, a veces más escondidos, más temerosos, otras más duraderos y persistentes durante el año. Existe en todos los hombres un ápice de bondad y en Navidad necesitan afirmarlo. Es un tiempo de esperanza e ilusión. Los regalos son buen pretexto, porque pueden ocultar tu debilidad. Existe un Santa Claus en nosotros que surge cuando peor van las cosas y regala una palabra o un abrazo, o un adiós. Quién mata a Santa Claus mata el espíritu humano y se olvida de lo más importante que podemos producir y consumir: las personas.

Así lo entendió también el hombre de la luna y todos los años por Nochebuena pega un gran salto y llora su traición ¿o no habéis visto nunca brillar una estrella junto a la Luna?

jueves, diciembre 15, 2005

Un mes de silencio

Que nadie se altere, mis palabras, que ya se sabe que son como hormigas, pequeñas e insignificantes, habían perdido el camino hasta los dedos; alguna tuvo la tentación de salir por la boca, o por peores sitios, y ya se sabe, la fila se descoordina y se pierde la ocasión de cumplir un año bloggeando historias pasadas y algunas pocas recientes.

Pues eso, ya volvemos a estar callados y en fila para aporrear teclados.

miércoles, noviembre 16, 2005

Primer amor

Especialmente las enfermeras. Esas me gustan por encima del resto. No sé si es por el uniforme o porque la primera mujer que me vio desnudo fue una enfermera; una maravillosa interna de maternidad. Lo recuerdo como si fuera ayer, aunque ya han pasado tres meses desde que nací. Desde entonces no he conocido a una mujer igual; parece que me falta algo... no sé, el chupete lo llevo en la boca y los pañales están limpios, pero...

Mi madre es una mujer estupenda que siempre está encima de mí, haciéndome carantoñas y mascullando palabras ininteligibles (¿qué demonios significa gugú tata? y, ¿por qué tanta insistencia con el ajo?), pero ahora que he cumplido 90 días ya no dependo tanto de ella. Tengo mis objetivos: dentro de poco seré capaz de sostenerme en pie y daré mis primeros pasos, dejaré eso de andar a gatas que es tremendamente molesto y asqueroso. Con las técnicas de relajación que estoy siguiendo es posible que aprenda a controlarme y no necesite nunca más los pesados pañales. También me libraré del cochecito, no pienso montarme en nada con ruedas que no controle yo. Y, sobre todo, pronto, muy pronto, empezaré a deleitar a mi familia con todos estos pensamientos que me desbordan. No seré demasiado elocuente al principio porque he observado una patente (y patética) falta de comunicación entre los adultos. Hablan, sí, muchísimo, pero rara vez dicen algo. Claro, que si yo ahora me siento impaciente por musitar unas palabras qué no sentiría si tuviera que esperar, en silencio, a la persona adecuada para comunicarme. Mi padre resulta gracioso. Cuando nos juntamos rivaliza conmigo en babear, sabiendo que en eso soy invencible, pero no le importa; me trae juguetes y jugamos juntos, yo con los juguetes, él conmigo y los juguetes con él. Siempre acaba rompiéndomelos y, cuando lo hace, inmediatamente me los pone entre las manos y le da unas explicaciones inverosímiles a mi madre. Pero, a lo que iba, desde que soy independiente, consciente de mi responsabilidad en la vida y profundamente enamorado de la misma, he notado que me falta algo. Es una sensación persistente cuyo origen creo haber descubierto: la separación con los demás provoca angustia. Quizás por eso no me quito de la cabeza a la enfermera. ¿Qué será de ella?

Se llama Luz y hace muy poco que entró en el hospital. Le encantan los niños (eso me da posibilidades) y su verdadera vocación es la de pintora. Le hubiera encantado estudiar Bellas Artes en la universidad pero la tradición de enfermeras de su familia es demasiado fuerte como para traicionarla. A pesar de todo es una excelente enfermera y cuando tenía mucho trabajo yo siempre le echaba una mano, con mis limitaciones, claro. Tiene unos ojos preciosos y una sonrisa encantadora, seguro que fue un bebé hermoso. No puedo quitármela de la cabeza. Quisiera tener unos brazos fuertes (no rollizos como ahora) para poder abrazarla, cuidarla. Quisiera tener un montón de cosas para compartir, para dárselas todas. Y (confesión) más que nada me encantaría tener dientes para hincarlos, con suavidad, en ese maravilloso cuerpo (no me la imagino hecha puré). En definitiva, desde hace tiempo una sensación extraña se apodera de mí: cuando estoy con ella, cuando no lo estoy, cuando la veo, con los ojos cerrados o abiertos, dormido o despierto, en cualquier momento y en cualquier situación, pienso en ella constantemente. Es un sentimiento difícil de expresar con palabras (sonidos guturales en mi caso) pero sé que estará presente, de una forma u otra, el resto de mi vida.

Ayer volví al hospital. Un catarrillo sin importancia aunque mis padres se pusieran histéricos. Y la vi. Se acordaba de mí y me hizo cosquillas como sólo ella sabe. Yo era inmensamente feliz en aquel momento, hubiese deseado que se detuviese el tiempo, que dejasen de pasar personas a mi lado, que su risa resonará en mis odios por siempre y mi dedo permaneciese atado a su mano eternamente. Pero entonces ocurrió algo inesperado y desconcertante. El médico que me atendía la rodeó con los brazos, por la cintura, y la besó. Primero en la mejilla y luego en los labios. Entonces mi pequeño corazón se estremeció, mis ojos se empañaron y empecé a berrear como nunca lo había hecho. Y aunque mi llanto era estruendoso yo no me oía casi gritar, y ponía más empeño a golpe de pulmón y rabia, y apretaba mis puños y los lanzaba al aire totalmente fuera de mí. Fue cuando realmente me puse malo. Pero se me pasó. Afortunadamente el tiempo lo cura todo y en cinco minutos me repuse por completo. Me serené y me bastó un análisis reposado y objetivo para comprender la situación. Sí, para qué lo vamos a negar, yo soy joven para ella; porque mi corazoncito todavía tiene que hacerse grande, tan grande que no me quepa en el pecho, tan fuerte que se mueva por sí solo, tan gigantesco que llene a todos y todos quepan en él. Hasta entonces (seguro que entonces encontraré a una enfermera) no olvidaré la cruz roja bordada en el pecho de mi primer amor.

jueves, noviembre 10, 2005

Las campanas de la iglesia (III)

Pasó el tiempo y el asunto llegó a las más altas instancias jurídicas. La pareja denunció al parroco por escándalo público, y éste, derrumbado, no tardó en confesar que no llevaba ropa interior bajo la sotana. Cuando le aclararon que no era ese el badajo que escandalizaba, rápidamente se retractó y , no sólo aseguró (mostrándolos) que llevaba calzoncillos de lana, sino que insistió, una vez más, en que nadie tocaba las campanas, y que él pensaba que desde hacía tiempo estaban estropeadas. El juez, atónito, ordenó precintar la torre para que nadie tocase las campanas, a excepción, claro, del día de Navidad y el Domingo de Resurrección. Y así se hizo. Pero el matrimonio Toscani, y el resto del pueblo, seguían escuchando las campanas. Cuando don Mario no hacía sino ademán de bajarse la bragueta, las campanas comenzaban a voltear con violencia, deteniéndose al punto que volvía a cruzar los brazos. Tentado estuvo de organizar y dirigir una coral acompañado por las campanas, pero fue disuadido de sus intenciones cuando le sugirieron la posibilidad de que la bragueta se quedase enganchada y el pueblo se viese condenado a un campaneo ad infinitum. La irreversibilidad de la situación condujo a medidas más drásticas y , tras el recurso de apelación presentado por los Toscani, el juez se vio obligado a confiscar las campanas de la iglesia. El párroco presentó su dimisión al obispado, que quedó estupefacto al escuchar el relato, más aún, si cabe, que al comprobar que aquel hombre jamás había sido ordenado sacerdote.

El día que se llevaron las campanas fue un acontecimiento en el pueblo. Los partidarios de su destierro, que, poco a poco, se habían hecho más fuertes y mayoritarios, organizaron una fiesta por todo lo alto, con guisos, bebidas y baile. Hasta el alcalde, que desde un principio había apoyado al párroco y los quehaceres de la iglesia, despotricaba acerca de las campanas blandiendo con singular, y experimentada, habilidad una botella de vino tinto. Hubo hurras y
aplausos cuando fueron descolgadas de la torre, donde, por supuesto, el señor Toscani había hecho los honores cortando el precinto que sellaba la entrada al campanario desde la primera resolución del juez. Cuando las cargaron en la camioneta de los juzgados, que había de llevarlas al almacén, un profundo silencio inundó la plaza. Los ojos de cada uno de los habitantes del pueblo se clavaron en aquellos enormes instrumentos, majestuosos, elegantes, armónicos hasta en su figura, silenciosos guardianes de melodías moduladas para deleitar los oídos; descansaban tranquilos, inmunes a cualquier agravio, recordando, seguro, que habían sido privilegiados espectadores de las locuras humanas que rellenan el tiempo, orgullosos de su condición de divinos objetos, sostenidos tan cerca del cielo, alejados de las palabras vanas, de las promesas absurdas y de la estupidez humana. Las puertas se cerraron y un niño dio una voz, la señal para iniciar el espectáculo de fuegos artificiales que despidió a la camioneta llevándose las campanas requisadas al almacén.

Llega la noche y la pareja Toscani ya se ha retirado al dormitorio. El hombre se desabrocha el pantalón con una sonrisa nerviosa. Ella le responde con otra traviesa. Ambos se funden en pasión, locos, desbocados, liberando sus instintos reprimidos con una avidez desaforada. En el pueblo se escuchan gritos desgarradores, suspiros asfixiantes, jadeos, barbaridades, y un sonido
devastador que se levanta por encima de todos. "¿Los muelles de la cama, cariño?.- No, yo diría que son, más bien..¡campanas!" Y al unísono, el placer y la pasión se unen con el sonido místico que traen los vientos. En este pueblo se siguen escuchando, y se escucharán por siempre, las campanas de la iglesia.
FIN

domingo, noviembre 06, 2005

Las campanas de la iglesia (II)

El conflicto ha traspasado con creces los muros de la casa Toscani y ha dividido al pueblo en dos secciones: los que apoyan a la pareja y los que están del lado de las campanas. A diario se convocan mitines y manifestaciones en pos de una y otra causa, y el Ayuntamiento y las fuerzas de orden público se ven obligados a realizar auténticas piruetas burocráticas para organizar los itinerarios de los manifestantes y evitar que estos se encuentren y lleguen a las manos. La tarea es harto difícil teniendo presente la escasez de calles con la que cuenta el pueblo, y, de una forma u otra, las masas acaban topándose en la plaza Mayor, poniendo en un aprieto a don Giuseppe, la máxima, y única, autoridad del cuerpo de Carabineri, que, para más inri, es el campanero que fabricó las campanas. El pobre hombre se siente en deuda con el matrimonio, por las penurias que dicen pasar, y con toda la gente que les apoya, pues se siente responsable como padre de tan estruendosa creación. Pero precisamente esa faceta paternal es la que , en el fondo, le tira hacia la defensa de los instrumentos musicales, aquellos que hizo con sus manos, derrochando arte y sentimientos, arriesgando la pérdida de su propia esencia en su favor.

Tal fue el revuelo que causó el campaneo que llegaron periodistas de todas partes, de Italia, de Europa, del mundo, para cubrir cumplida información del suceso. El pueblo saltó a la fama, no por su exquisito queso de cabra, ni por sus laureadas cestas de mimbre, ni siquiera por la fábrica de inodoros, que tenía la mayor producción de pastillas para excusados de la zona norte, saltó a la fama por la problemática musico-sexual nacida del campanario, apetitoso bocado para periodistas morbosos, principiantes en busca de su gran historia y profesionales al borde de la jubilación. Desde el alcalde al cabrero, desde la maestra al carpintero, todos fueron entrevistados y avasallados a preguntas, más o menos estúpidas, más o menos relevantes, que en ningún caso ofrecían respuestas al enigma que se cernía sobre el pueblo. El cabrero respondía siempre, con sinceridad, que las cabras no se quejaban; el carnicero aseguraba que los filetes seguían siendo tiernos, "los más tiernos de aquí a Roma", y la maestra afirmaba que los niños aprendían
mucho y muy bien, y que los rumores acerca de ella y el farmaceútico eran absolutamente falsos. Quien más quien menos aprovechaba la presencia de la prensa en el pueblo. Sobre todo el jefe de la oposición al alcalde que se jactaba de que aquello no había ocurrido durante su legislatura y que , por supuesto, de estar en el poder se habría acabado hacía tiempo. No tardó mucho la prensa en quemar el asunto y se fue, con un montón de historias frívolas y ninguna respuesta satisfactoria, por el mismo sitio que había venido. Y las campanas seguían sonando al ritmo que marcaba el impulso sexual de la pareja Toscani.

(CONTINUARÁ)

martes, noviembre 01, 2005

Las campanas de la Iglesia

"¡Cariño, no tan rápido! ¡Que esos son los cuartos!.- ¡Joder, ya no cojo el ritmo con las campanadas!". Una y otra noche se repite la historia para el joven matrimonio Toscani. De una forma inexplicable, mística, milagrosa sin duda, las campanas de la Parroquia de la Castidad irrumpen en el acto sexual de la pareja. ¿Será un freno para su lujuria? ¿Un aviso de los cielos? ¿Una señal de cuándo y cómo? ¿Un alegato contra el preservativo? Sea lo que fuere, resulta un toque de queda para el aparato del señor Toscani. Obediente, cual soldado de infantería, rompe filas y se retira a descansar. Este es el grave problema de la pareja que, desde hace cinco años, no se come un rosco. Les resulta absolutamente imposible hacerlo en el pueblo, porque, aunque lo intenten a la más impuntual de las horas (19 h 07 min 35 seg, por ejemplo) siempre suenan las campanas de la parroquia con un vigor inusitado y envidiado por el señor Toscani.
¿Pero cómo es posible que ocurra esto? La señora Toscani echa la culpa al párroco, un anciano de setenta y tres años, un poco descuidado, que suele absolver de sus pecados a la Sagrada Forma y consagrar la celdilla del confesionario, amén de utilizar sus pastillas de la garganta para la comunión y atiborrarse de pan ácimo cuando siente carraspeo. El anciano asegura, no sólo que no toca las campanas, sino que están estropeadas, pues cuando tira de la cuerda escucha un burbujeo y un gorgoteo nada armónico ni celestial. Explicación que no aclara el campaneo pero sí, afortunadamente, dicen las puritanas del pueblo, las largas y puntuales visitas del vicario al retrete de la iglesia. El señor Toscani, don Mario, divaga, sin embargo, por otras teorías. Últimamente ha tomado fuerza la conspiración política, pues, afirma que, como miembro del partido comunista, está siendo objeto de una persecución burda por parte de ciertos militantes del partido demócrata-cristiano, que hacen usos de sus contactos para hacerle la vida imposible.
CONTINUARÁ

domingo, octubre 09, 2005

Fábula de las tres Cucaburras

Dice la leyenda que en Grecia vivía un sabio ( todos los sabios han vivido siempre en Grecia debido a la exención fiscal que se aplicaba cuando el cociente intelectual superaba 120), que era ornitólogo aficionado y que amaba a estas aves (porque las cucaburras, a pesar de todo, son aves). Un día se planteó ponerles nombre, porque llamándolas pájaros, como hasta ahora, sólo podía distinguirlas de los pajarracos y de los pajarillos. Pensó en "ramonas", en memoria de su abuela, y en "hepatitis", que sonaba bastante griego (también lo sonaban "triquinosis" y "diabetes" pero no le gustaban lo suficiente). Era complicado porque esto de los nombres siempre ha sido cosa de los latinos (en Roma existían exenciones fiscales para los lingüistas), hasta que dio con cucaburra. La explicación es la más estúpida y previsible que os podáis imaginar: para él, estas aves tenían una capacidad de supervivencia similar a la de las cucarachas, y su obstinado empeño en vivir era propio de una burra, y también por qué no, de su abuela Ramona. Así que les puso cucaburras de nombre y aquí se acaba la leyenda. Pero donde acaba una leyenda, a menudo empieza la fábula.

Érase una vez un bosque húmedo, repleto de vegetación, devorada por multitud de insectos, devorados por pequeños reptiles, devorados por cucaburras. (Y aquí me paro, porque si no, acabamos el cuento) Las aves cantaban y cantaban para marcar su territorio, hasta la época de apareamiento, en la que cantaban más bajito sólo por placer. Después, llegaba la época de incubar los huevos hasta que por fin nacían los polluelos. Y allí estaban ellos tres, nuestros protagonistas. Dos de ellos salieron del cascarón a la par, mientras que el tercero se retrasó unos días, por lo que su aspecto siempre fue más débil que el de sus hermanos. Esto de la fortaleza física viene a ser, para la vida en la Naturaleza, como es para la vida en nuestra sociedad humana (o inhumana, según se mire) el dinero. Evitando juicios morales sobre aquellas personas que lo tienen y aquellas otras que no lo tienen, lo que está claro es que quien no tiene ha de cambiarlo por salud ( y dicen las malas lenguas que por amor también se cambia). Así que el polluelo débil pagó su escasez de fortaleza, y su mal momento de nacer, con su salud, que inevitablemente se fue deteriorando porque cuando los padres llegaban con comida, los primeros en meter el pico eran sus hermanos, y además, por dos veces, una en su cabecita y otra en el alimento. Encima (porque no sólo las desgracias no vienen solas sino que a menudo vienen muy mal acompañadas) sobrevino una época de escasez en el bosque. Algo así como menos agua, menos insectos, menos reptiles. Los padres apenas podían cazar, y si encontraban algo eran pequeñas presas. Curiosamente, lo que para los hermanos desarrollados eran migajas, para el pequeño cucaburra significaba seguir o no seguir viviendo. Pero sobrevivía, como las cucarachas, aunque fuera engullendo uno de esos asquerosos gusanos que llegaban hasta su nido. Aún con todo, estaba abocado a la muerte, porque la naturaleza es así de sencilla (¿y cruel?) y sólo los más fuertes y poderosos sobreviven. Si a alguien esto le solivianta, que haga algo si puede y le complace. Pero los animalitos poco pueden hacer, salvo claro, encomendarse a la poderosa y sabia, aunque a veces distraída, Naturaleza. Porque por muy fuerte que uno sea, por muy hábil que sea quitando la comida a su hermanito pequeño, por muchos picotazos que sepas dar en la cabeza ajena, siempre hay otro más poderoso que tú y, sobre todo, con menos escrúpulos.

Me explico. Un día, en el que los hermanos gordotes esperaban a la puerta del nido su ración diaria, mientras el pequeño cucaburra apenas podía abrir los ojos para ver como sus hermanos se cachondeaban de él, una hermosa pitón de trece metros trepó hasta el hueco del árbol, vio a aquellos apetitosos bocados y se enroscó a ellos para después engullirlos. Primero un gordo, y luego otro gordo, y el pequeño cucaburra, acostumbrado a esconderse en el fondo del nido, vio como de repente sus posibilidades de supervivencia se multiplicaron por diez. Así es, que la naturaleza, a veces quiere dar una oportunidad a los más débiles cuando se empeñan en vivir. El pequeño se convirtió en joven y permaneció junto a sus padres en el territorio que algún día sería suyo. Además, cuando sus progenitores decidieron aumentar la familia, él se dedicó a cazar, como el que más, para alimentarles. Y siempre entraba en fondo del nido para asegurarse que el más pequeño había comido. Crecieron todos los polluelos sanos y fuertes y la familia de cucaburras creció, y nuestro sabio de Grecia se dedicó a observarlas.

Como buena fábula, ésta (buena o no ) debería tener moraleja. Si podemos compararnos con los pájaros, si olvidamos que somos animales racionales, o sentimentales, que nos gusta tanto reprimir instintos, que nos distinguen nuestros recuerdos, nuestra historia, y que tenemos más conciencia de la muerte que de la propia vida, podemos encontrarle una moraleja. Yo no la escribo, porque ya no hay exenciones fiscales para los sabios de Grecia.

jueves, octubre 06, 2005

Sueño freudiano

Ultimamente tengo el mismo sueño. Uno de esos sueños tan extraños y desconcertantes que parecen una película francesa, o, a lo peor, sueca. Me despierto en una gran cama de matrimonio con un dedo metido en el ojo. Es el de mi esposa, que duerme a mi lado con tan dañina postura. Me levanto y piso un perro que reacciona de mala manera y se afila sus dientes en mis tobillos. Cuando termina de devorarme el pie saca un cepillo de dientes y se los lava mientras canta New York, New York. Yo, estupefacto, salgo de la habitación con tres pies en vez de uno, y camino con singular pericia dirigiéndome a la cocina. Después de desayunar, me visto y salgo de casa a por el coche, para dirigirme al trabajo. A pesar de tener un enorme espacio para maniobrar no consigo sacarlo de la acera. Entonces oigo un golpe en la parte trasera que me estremece. He atropellado a mi vecina. Ella sonríe porque sabe que no tengo carné de conducir y me despide con el fémur en la mano. Mientras espero en un sémaforo el coche se llena de agua, yo abro las ventanillas para poder respirar y un guardia me pone una multa por verter pececillos de colores a la calzada. "Si hubiesen sido sardinas no hubiese pasado nada", replica. Entonces mi volante se convierte en un pato con los ojos azules que me suelta un discurso sobre el nihilismo. Yo me largo por el tubo de escape y empiezo a correr como un poseso. Todos son patos, menos mi vecina que es un arenque del Atlántico Norte, y, además, lee a Sartre. Doblo la esquina y me encuentro en la escuela de mi infancia. Todos van sin zapatos y con chinchetas en la nariz. Uno de los niños se acerca y me cuenta las leyes de Maxwell, después se transforma en torero y da tres pases de pecho a un cerdo ibérico. Intento escapar pero no puedo porque la mitad de mi cuerpo se ha convertido en portería de fútbol. Cientos de niños llegan con sus balones para chutar a gol. Mientras soy ultrajado de aquella manera, un pajarito se posa en mi hombro y me susurra al oído: "El proceso del trabajo está definido por actividades del hombre orientadas a la transformación de los objetos naturales" . Yo le intento contestar pero solo puedo decir "una barra de pan, por favor" y "me gusta la conquiliología". Esto último no sé lo que significa pero el pájaro se va aterrado silbando La Bien Pagá. Me doy cuenta de que he recobrado mis piernas y que puedo escapar, pero no quiero porque frente a mí desfila una modelo desnuda que anuncia pastillas para la garganta. Yo carraspeo para llamar su atención, pero me ignora; es más, me vuelvo tísico con la sola esperanza de cruzar nuestras miradas pero ella se coge del brazo de un viejecito en perfecto estado de salud que grita excitado y con espuma en la boca:"¡El tamaño no importa! ¡La impotencia tiene cura!" Ahora sí me invade el pánico y corro por calles desconocidas. Entro en una casa que resulta ser la mía. Voy al dormitorio y hallo a mi mujer dormida con el dedo pulgar del pie hundido en uno de sus ojos. Me siento cansado y me acuesto.

Entonces me despierto de verdad, sudoroso. No pasa nada. Mi mujer sigue a mi lado con los ojos libres de dedos. El perro duerme junto al pato y la casa sólo se ve perturbada por el abuelo, que corre, como siempre, tras la enfermera, gritando a pleno pulmón: ¡Espera! ¡El tamaño no importa! ¡La impotencia tiene cura!

miércoles, septiembre 28, 2005

El pez volador

Junto a las tranquilas y templadas aguas del pacífico sur existía una pequeña isla cocotera. Allí vivía el Ave del Paraíso, hermosa, coqueta, ovípara y vertebrada. El bello plumaje que la vestía y que exhibía en vuelo con todo su esplendor era envidiado por otras aves y admirado por todos los animalitos que por la isla correteaban. Por todos, incluso por un pececillo que todas las mañanas se acercaba a la orilla para observar los gráciles movimientos de la hembra emplumada. Estaba enamorado de ella y, aunque pensaba que un "cacho carne de conserva" como él no tenía ninguna oportunidad, a la pajarita marina no le había pasado desapercibida la atención y la estima que el teleósteo le profesaba. Así, un día, ella se acercó a la orilla y se dirigió a él. De cómo los seres terrestres (y extraterrestres quizás) se conocen y se enamoran no es el tema del cuento, así que os podéis imaginar mil y un detalles que juntos crearon un gran amor, un amor tan fuerte que unió a dos seres tan distintos.

Pero no acaba aquí la historia, sino que empieza, porque la vida marital es por encima de cualquier calificativo complicada. El primer problema surgió a raíz de la instalación del nuevo hogar donde debería refugiarse y crecer su valiente amor. El ave, por supuesto, prefería los espacios abiertos, aire puro, algo de campo e insectos. El pez, por el contrario, le horrorizaba la vida urbana (isleña en este caso) y prefería el romper libre de las olas, los vaivenes de la marea y, claro, la presencia inevitable del líquido elemento, para él , si cabe, más importante que la preciosa ave de sus sueños. Ella admitió su necesidad de agua pero no sin hacer antes comentarios ultrajantes acerca de su "pobre y arcaica forma de respirar". Subsanaron el problema construyendo un precioso nido-cueva en la orilla junto a unos arrecifes de coral. Aquel nido, hecho con ramas y algas, estaba provisto de lo más esencial para una relación que acaba de empezar: un dormitorio, un baño, cocina con "office", una espaciosa bodega inundada y una terracita empotrada en las rocas. Espacio que fue suficiente hasta que al plumífero le invadieron los instintos maternales. "Quiero tener crías" fue el sorprendente e inquietante anhelo que le transmitió al pececillo. Él estimó que aquella petición era del todo imposible, un desafío impenetrable incluso para la todopoderosa Naturaleza. Ella confiaba en sus posibilidades y le comentaba planes contorsionistas para llevar a cabo la consumación matrimonial hasta entonces aparcada. De las relaciones, torpezas, fantasías y desviaciones sexuales se han escrito multitud de tratados, pero tampoco es el tema de este cuento contar cómo lo lograron. Pero lo lograron. El ave quedó en estado de buena esperanza y puso una especie de huevo gelatinoso del cual nació una hermosa cría. Tenía los ojos saltones de su padre, los vivos colores de su madre, y unas alitas que le permitían abandonar el agua durante algunos segundos.

Así nació el pez volador, fruto de un amor, a priori, imposible de sostener, que no sólo sobrevivío, sino que marcó un antes y un después en materia de apareamientos, y dejó patente la habilidad vital de hacer los sueños realidad.

martes, septiembre 27, 2005

Grandes fracasos: ¡Franklin que te la cargas!

Sus padres pertenecían al sistema cegesimal, que, por aquella época, estaba muy mal visto. Pero a él no le importaba. Era un niño muy feliz que corría con su cometa enrrollada a la oreja, mientras pinchaba a su hermanito en la rabadilla con un palito, a la sazón, un pararrayos. "¡Cuando lo enchufe...!"- amenazaba a sus corvas fraternales. Y andaba su madre experimentando por allí con los aparatos de su padre, y gritaba a su hijo: "¡Que te la cargas, Franklin, que te la cargas!" Y se la cargó, eléctricamente. Y ya se sabe lo que ocurre, se pone tiesa, se pone tiesa..., la cometa, claro. Así descubrió Benjamín al Coulombio, un tío muy feo, muy feo, y dividido por el cuadrado de la distancia. Coulomb, que era un poco sarasa, le decía:"¡Tú te tienes que relacionar conmigo!", -"¡Ah, no, yo ni hablar!",-decía Franklin. Pero como suele suceder, esto llegó a París. Pero no, no fueron a por niños como se podía pensar, ¡no!, ¡ni lo más remoto!; el día 15 de septiembre de 1786 entró Franklin a caballo del señor Coulomb, que se dejó los cuadrados en el camino. Cruzaron el Arco del Triunfo, y allí, en lo campos del tal Elíseo, señor muy rico e influyente, exclamó:"¡Tengo la ley!".-"¡Oh, cuanto lo sentimos señor, no tenemos medicinas para esa enfermedad!",- decían los parisinos que iban a su bola. "Arrevouire", o algo así decán. Así que Franklin murió por ley, como todos, y coloumb, Coulomb, Culomb, bueno..., uno de ellos, murió eléctricamente suicidado al meterse los dedos en la garganta. Sus familiares les compraron un panteón en el que reza el epitafio: 1C=300000 Franklin.

lunes, septiembre 19, 2005

Historia de un escritor olvidado

Aunque el tiempo que le dedicaba a la lectura era ciertamente escaso, Don Timoteo era una apasionado de las letras. En sus conversaciones siempre cuidaba al máximo la elección de su vocabulario para dar con la palabra adecuada que garantizase el entendimiento de su discurso y, pese a que pocas veces lograba no ser ambiguo, confuso o prolijo, su afición al lenguaje, al buen uso del lenguaje, no disminuía un ápice. Pero lo que más le fascinaba era la posibilidad de crear con palabras personajes, historias, emociones... todo aquello le generaba un estado próximo al shock.

Pero sus obras nunca tuvieron la aceptación de la crítica a pesar de su irrefutable calidad. Como muestra exponemos a continuación una de sus cuentos cortos:

"El sereno del pueblo era un hombre joven, curtido, zurdo para escribir y valiente en su trabajo aun cuando se hacía pis en la cama desde los tres años."

¿Quién puede negar la fuerza de esta historia? Nadie, desde Cervantes y su Quijote, ha sido capaz de resumir en sólo unas líneas el carácter y los móviles de un caballero andante. ¿Y acaso sabe alguien si Don Alonso Quijano era zurdo o diestro? Pues no fue suficiente esta pequeña crítica de la vida nocturna y su maravilloso retrato de unas sábanas perpetuamente mojadas para ganarse el respaldo de los especialistas. Sin embargo logró publicarlo en la parte posterior de una caja de cereales y con el dinero que sacó sobrevivió para sacar adelante un nuevo proyecto. Este necesitó de un profundo trabajo de investigación.

Durante semanas se introdujo en ambientes insanos, desconocidos, peligrosos por tanto, y se codeó con gente maltratada por la vida que no sabía lo que era una declaración de la renta negativa. Todo aquello le dejó una profunda huella (la del portero del night club que le echó a patadas) y cambió radicalmente su existencia, pues al tropezar con la acera fue a caer en mitad de la calzada mientras pasaba uno de los silenciosos camiones de basura de la ciudad. Fue en el hospital donde gestó su siguiente obra:

"Si hay algo peor que la comida del hospital es que te operen sin anestesia y se dejen en el páncreas una radio encendida con el Carrusel Deportivo."

Obra claramente autobiográfica que manifiesta con singular sencillez la incomodidad que puede llegar a sufrir el bazo compartiendo espacio con un ingenio electrónico. Y a pesar de ese maravilloso retrato, un tanto ácido eso sí, del día a día hospitalario, tampoco éste recaló en los lectores como era su ilusión. Alguien podría pensar que ante semejante fracaso Don Timoteo dudó si continuar o no su carrera literaria, pero no fue así ni por un momento. El destino se cruzó en su camino, saltándose un semáforo en rojo, y, dando parte del siniestro, conoció a una afable muchachita que se convirtió en su esposa horas más tarde. La inspiración surgía de aquella dulce mirada, aumentada siete veces por las gruesas gafas de la muchacha, como si de una cascada de ideas y palabras se tratase. No podía ser menos nuestro incomparable autor y dejó que el amor modelara sus mejores creaciones, entre las cuales destaca el sublime diálogo entre enamorados:

-Cariño, ¿qué vamos a hacer esta noche?
-Lo que tú quieras, cielo.
-No. Lo que tu quieras.
-Me da igual. Lo que tu quieras.
-Lo que tu quieras es igual.
-Igual es si tu lo quieres.
-Yo quiero lo que tu quieras.
-Lo que yo quiero es que quieras algo.
-Esta bien. Lo que tu quieras.
-Lo que tu quieras está bien.
-Bien está lo que bien acaba.
-Bien acaba si tu quieres, cielo.
-Como quieras, cariño ¿Qué vamos a hacer esta noche?

¡Por fin un éxito de ventas! Inexplicable para los críticos pero absolutamente arrollador en las listas de venta. ¿Y qué se puede esperar si no de un resumen tan conciso y tan denso de las relaciones de pareja? Jamás un autor había sido capaz de plasmar con tal simplicidad la problemática de la separación en la humanidad y la angustia que provoca una vida sin amor. Una segunda lectura invita a una reflexión sobre la voluntad y la libertad, así como acerca de los problemas que puede ocasionar el cancelar una reserva el viernes por la noche. Pero la fama no cambió el caracter de Don Timoteo, profundamente entregado a la locura de escribir. Ahora se debía a sus lectores que esperaban de él la magia de sus anteriores obras, ese algo inexplicable que provoca atracción y que por ponerle nombre lo denominamos magia aunque también podríamos llamarlo encefalopatía.

En esa época esplendorosa se dedicó a viajar por todo el mundo recogiendo experiencias y nacieron títulos como "El último vagón del Metro", "La taquillera del Cercanías", "Confusión con el revisor" y la maravillosa "Volver andando a casa". Todas ellas coparon los primeros puestos de ventas generando unos beneficios inusitados en el mundo del libro. ¿Y por qué hemos olvidado a un autor tan relevante en nuestra historia moderna? Esa es la pregunta que lanzo a la sociedad aunque la comparen con aquella otra tan famosa, y, erróneamente atribuida a mi pluma, ¿está siempre encendida la luz del frigorífico? Ambas requieren un cuidadoso análisis antes de aventurarse a dar una respuesta tajante. Yo, como defensor de Don Timoteo, no puedo sino contestar con uno de sus brillantes aforismos:

"No desplumes al pichón si vas a hacer spaghetti a la carbonara"

martes, septiembre 13, 2005

Grandes fracasos: La familia Fibonacci

Aquella era una sucesión muy mona. Muy mona y muy tonta, tanto que no pudo resistirse a los piropos de un galán italiano, a la sazón, Fibonacci. Se casaron y vivieron felices, pero a los tres días se torció la cosa.

- Aquí falta algo, - decía Don Vito- a esa 'a' le falta sub ene.

¿Y qué es una familia sin sub nenes y sub nenas? Nada, claro. Así que se pusieron manos a la obra, pagaron al capataz, y a los tres meses tuvieron un precioso edificio con dos nenes dentro. Fibonacci estaba eufórico, y le dijo a su mujer:

- ¡Vamos a tener otro, vamos! Pero no uno cualquiera, no. Tendremos un nene tal que n = n-1 + n-2.

Así que tuvieron muchos nenes y todos comían acelgas en salsa Fibonacci, que le salía muy bien, pero que muy bien, al padre. Y Don Vito le animaba a su hijo:

- Vamos, hombre, tienes que ir a por el término general.

Y él se olvidó del método Ogino, y utilizó el método por inducción, sobre n, claro. Pero aquella sucesión era muy celosa y no le dejó pobrarlo con n+1.

-¡Con esa pelandusca no te acuestas!, -decía irritada.

Así que Fibonacci dejó a la sucesión y se fue a cazar conejos. Y esta es la famosa historia de la familia Fibonacci.

martes, septiembre 06, 2005

Cooper: El eslabón perdido (IV)

- Umga.
- Dios, qué golpe.
- Umga, umga.
- Disculpe, ¿sabe cómo volver a la fábrica “El Ternerillo?
- Ahhh, jara crude umga.
- Veo que no.

Aquel hombre no hubiera pasado por más que un hincha del Liverpool o quizá del Chelsea. Su forma de vestir dejaba que desear, pero quién no, en estas fechas todos esperan a las rebajas de enero. De pronto sonrió y la pieza encajó en el rompecabezas. No encajó del todo porque abandoné mis cursillos de odontología por correspondencia en el tercer fascículo. Pero estaba claro que aquel premolar y aquel hombre estaban hechos el uno para el otro. Acababa de encontrar el eslabón perdido.

- Yo, Cooper. Tú..., yo que sé, chita.
- Y tu puta madre.
- ¡¿Hablas?!
- Pues claro, coño. Si es que uno ya no puede ni volver a sus orígenes.
- ¿Pero qué orígenes?
- Pues como papá y mamá. Desde que me descongelé todo se ha vuelto complejo.
- Así que el viejo tenía razón, eres un Neandertal de esos.
- No exactamente. Mi padre era Neandertal y mi madre Cromagnon. Un día se encontraron en las montañas...
- ...y surgió el flechazo.
- Más bien, el “lanzazo”. Mi padre la confundió con una gacela y estuvo a punto de atravesarla pero por fortuna falló. Se pusieron a hablar, o a gruñir, y mi madre, que acababa de descubrir la agricultura, se lo llevó al huerto.
- ¿Y qué sucedió contigo?
- Un día cazando nos sorprendió el glaciar y quedé congelado en las montañas. Después no sé más. Una mañana te despiertas en la montaña con trece años y un taparrabos, sabiendo lo que pasa por las mañanas, y me encuentro en un mundo diferente. He tratado de camuflarme como una más de esas extrañas criaturas que sois, pero... Aprendí vuestra primitiva lengua y me embarqué en una nueva vida sin rumbo. Ya crecido, viajando en un autobús sucedió aquello. Una señora me preguntó, “¿se baja usted en la próxima?", y yo, espontáneamente, respondí, "me alegro de que me haga esa pregunta porque es algo que nos interesa, sin duda, a usted y a mí, y centrará toda mi atención en los próximos días." Y entonces supe que mi destino era convertirme en político.

El hombre primitivo había cumplido su sueño de ser político, y se había convertido en uno de los más respetados, pues a todos deslumbraba su inteligencia. No era normal tanta inteligencia en el Congreso. Pero con los años se hartó de tanta tontería alrededor. Huyo de la necedad de sus compañeros, de los hombres, de sus tonterías, de su estúpida civilización, para seguir siendo neandertal y cromagnon.

Di noticia del hallazgo al doctor P.Elvis con una condición: que sus estudios no se hicieran públicos hasta la muerte del hombre primitivo. Su ansía investigadora le hizo aceptar y se fue a vivir a los bosques con el susodicho.

En estas fechas entrañables a uno le llena la esperanza y la ilusión. Aunque lo que más llena, sin duda, son el pavo relleno de mi madre y los entremeses que prepara mi padre. Una vez más, mis fuertes brazos trincharon el ave y puede disfrutar en familia de esa Feliz Navidad con la satisfacción del trabajo bien hecho y con la certeza de aquel colmillo que acababa de encontrar en el pavo tendría un dueño y una historia verdadera.

FIN

jueves, septiembre 01, 2005

Cooper: El eslabón perdido (III)

Después de saborear el menú de degustación, con descubrimiento de falsas pistas incluido, me dirigí a las fábricas de “El Ternerillo” y fingí ser un inspector de sanidad. No tuve que disfrazarme demasiado, pues en esas leyendas urbanas que hablan de la aparición de estos personajes, y de sus primos, los inspectores de trabajo, nadie ha conseguido describir de forma fidedigna su aspecto.

- Muy buenas. Vengo a realizar una inspección de sanidad.
- Vaya, creía que era una leyenda urbana... Sí, pase por aquí.
- No, gracias, si no quiero ver el gimnasio de la empresa. Lo que quiero ver es la fábrica de hamburguesas.
- Ah, claro, qué despiste. Uno se pasa el día viendo toros y vacas y ya no sabe dónde...
- Le seré claro. No me importan las ratas que corretean por aquí, ni el enjambre de moscas que anida en aquella prensa. Puedo hacer que no he visto a ese perro al que le faltan los traseros e, incluso, aunque me molesta, pasaré por alto las cucarachas que tratan de trepar por mi pernera. Sólo quiero saber de dónde salió este premolar.
- Déjeme ver... Pues la verdad no... Espere, quizá tenga que ver con aquel loco. Hace unas semanas entró en la fábrica un hombre desaliñado con un aspecto bastante animal. Estuvimos a punto de triturarle. Le hincó el diente a una de aquellas piezas de ternera y después se fue aullando. Supongo que tenía hambre.

Ya le estaba estrechando el círculo y eso seguramente podía doler. Me dirigí a los bosques colindantes con la esperanza de encontrar alguna huella. Sólo encontré algunas latas, unos billetes, una diana electrónica y un berbiquí. Ni rastro del eslabón perdido. Pasado el tiempo decidí volver a casa y dejar definitivamente el caso hasta la vuelta de las Navidades pero algo en mi interior me lo impedía. Algo que algunas personas tienen y otras no. Algo que incluso tienen las palomas: sentido de la orientación. Me había perdido por completo y no tenía ni idea de por dónde tirar. Ya sabía yo que ir sin norte por la vida me pasaría factura en algún momento. Miré hacia el cielo intentándome guiar por las estrellas pero aquello era enjambre de luces blancas sin sentido. Un carrito, un escorpión..., ya podían formarse para hacer un cartel que señalara a la carretera más cercana. Sólo puede pasar una cosa cuando se mira hacia el cielo con tal desorientación y es que una enorme rama te golpeé a la altura de la barbilla con precisión boxeadora.

(CONTINUARÁ)

martes, agosto 30, 2005

Cooper: El eslabón perdido (II)

- ¿Qué era?
- Era un premolar de un hombre adulto, de unos treinta y cinco años. Así, a simple vista, no podía determinar su origen y complexión, pero estaba seguro de que aquello formaba parte de una mandíbula humana. Cuando el encargado se acercó para ver que ocurría, me limité a vomitar sobre sus pantalones y me marché apresuradamente con la pieza dental en el bolsillo. Un impulso febril, e irracional, como todos los impulsos, me indujo a dirigirme al laboratorio donde me encerré para trabajar. Estuve allí recluido durante semanas, sin apenas comer pues había descartado pedir hamburguesas a domicilio, y mucho menos me atrevía con la comida china que, según un estudio publicado en Nature, encerraba los misterios del origen de la vida. Sólo me quedaba las pizzas, pero poco a poco había agotado todas las combinaciones posibles de ingredientes y, además, últimamente gesticulaba demasiado y mis pensamientos solían vagar por las lindes de Sofía Loren...
- Ejem... Hablando de vagar y divagar.... Señor Elvis, faltan dos días para Navidad y aunque me encantaría seguir hablando con usted hasta la misa del Gallo me temo que mis padres reclamarían pronto estos fuertes brazos para trinchar el pavo. ¿Podemos ir al grano? ¿Me puede decir qué quiere que investigue?
- Oh, sí, disculpe. Es sencillo, quiero que encuentre al dueño de ese premolar.
- Ahá. Y aparte de saber que le faltar una muela, ¿me podría dar alguna otra pista que sea de utilidad?
- Pues verá, según mis cálculos debe tener unos 50.000 años. Supongo que ha permanecido congelado en alguna parte de las montañas y ahora pulula por la ciudad. Ignoro más datos de él, aparte de los que le he contado.

Aunque realmente resultaba difícil de creer no estaba dispuesto a que el doctor P.Elvis volviera a rivalizar con el comandante en la capacidad de realizar discursos. Le largué de allí tan rápido como pude y me puse manos a la obra con el encargo. Al fin y al cabo, si era cierto que un hombre primitivo deambulaba por la ciudad, la búsqueda se reduciría la mitad de los varones de la urbe. Mi primera visita fue para la hamburguesería donde fue encontrado el premolar.

- ¿Sabe usted que esto?
- Tiene pinta de ser una muela.
- ¿Sabe dónde lo encontré?
- ¿En la ensalada?
- No
- ¿En el helado?
- Eh..., tampoco.
- ¿En el refresco? ¿En las patatas? ¿En...?
- Está bien, déjelo. Lo encontré en una hamburguesa.
- Mediana, gigante o super.
- ¿Y qué más da?
- Es para darle otra. Es lo que quiere, ¿no? Ya sabrá que no hacemos reembolsos.
- Lo que quiero es saber donde compráis la carne.
- La compramos en “El Ternerillo”, ¿lo conoce? Ya sabe, “si tiene cuatro patas, lo hacemos picadillo”.
- Gracias, iré para allá. Pero póngame antes esa super con un poco de todo lo sospechoso que mencionó antes...
(CONTINUARÁ)

miércoles, agosto 10, 2005

Cooper: El eslabón perdido (I)

Siempre me gustaron las luces navideñas. Ese derroche de luz y alegría cruzando de fachada en fachada suele ahorrarme un 25% del recibo de la luz. Aún así encendí una pequeña lámpara para que mi cliente no se sintiera incómodo.

- Oh, no se preocupe no tiene por qué encenderla. El torpe soy yo por golpearme con la mesa.
- Bueno, bueno, no es molestia, al fin y al cabo es Navidad. Cuénteme, ¿en qué puedo ayudarle?
- Pues verá, me he topado con un misterio y creo que necesito ayuda profesional.
- Eso digo yo siempre. En los asuntos detectivescos no sirve el “hágalo usted mismo”. Hay que saber manejarse en esta profesión.
- Sí, eso creo yo también. Verá, trataré de ser breve. Durante décadas, miles de científicos se han afanado en buscar la pieza que falta en el inmenso puzzle de la evolución humana. Los hallazgos de cráneos, caderas, metatarsos y demás huesos y “huesecillos” que fueron enterrados por el paso de los años, y en ocasiones, por el paso de apisonadoras y el asfalto, han revelado datos valiosísimos para averiguar como el hombre pasó de no saber cómo vestirse a pagar a otro para que lo hiciera...
- Disculpe, ha dicho usted breve, ¿verdad?
- Sí, sólo quería ponerle en contexto. Porque si conseguimos desvelar este misterio todos los estudios quedarán obsoletos y deberán adaptarse a un nuevo modelo de evolución.
- No suena mal. Aunque me preocupa más lo de pagar al sastre que lo de los huesecillos enterrados. Necesito que me cuente algo más si he de iniciar la búsqueda de...
- El eslabón perdido.
- ¿Buscamos un pedazo de cadena?
- Aguarde. Le contaré. El pasado sábado abandoné a las ocho mi laboratorio como todos los días. Había trabajado durante horas con los resultados de la prueba de carbono catorce efectuada sobre aquel pedazo de tela que me envió el gobierno de Qatar, y mis conclusiones eran las que ya temía: no pertenecían a una especie primitiva superdesarrollada que conociera las técnicas de impresión con tinta. No, la leyenda “Made in Taiwán”, era absolutamente contemporánea. De hecho, debido al mínimo error estadístico, los resultados sugerían que había sido tejida en el año 2030. Una vez más, mi trabajo se perdía en estupideces con la misma facilidad que mis lentillas se pierden en la sopa jardinera de mi abuela. Caminé, como siempre, hasta mi hamburguesería preferida para cenar ligeramente antes de volver a casa...
- Eh, perdone, tenemos el mismo concepto de breve, ¿verdad?
- ...pedí la extra grande con queso porque mi pensamiento siempre es que cuanto más grande sea la hamburguesa más tiempo tengo para acostumbrarme a un posible sabor desagradable, y, así, el último bocado seguirá siendo perfecto. Así que le hinqué el diente, y, como en una reacción química, semejante se encontró con semejante.
- ¿Algún trozo de tomate entre sus dientes se encontró un compañero?
- No, mi mandíbula fue a tropezar con un cuerpo extraño embutido en la hamburguesa. Lo agarré preso de indignación, con la intención de hundírselo en la garganta al encargado, cuando una mezcla de repugnancia e intriga me paralizó. ¿Era aquello lo que parecía? Lo era.
- ¿Qué era?

(CONTINUARÁ)

jueves, julio 21, 2005

Cooper: Los orígenes (III)

Ciertamente que no contaran conmigo me disgustó. Yo también quería un pedazo de pastel. Cuando lo insinué, me hicieron comer uno mohoso que había sobre la barra. Esto me hizo enojar todavía más pero me contuve de mandarles a freír espárragos no me fuera a tocar también comerme aquellos pseudovegetales que había en la despensa. Decidí aguarles la fiesta, esta vez en sentido figurado y no con líquido elemento. Durante dos días hice unas sencillas gestiones, después fui a la competencia, la de los chiringuitos de playa, y largué los planes. Estos otros delincuentes, aunque pudieran parecerlo, no eran nada tontos, e hicieron lo que supuse que harían.

El día de la entrega de la nieve salieron del aeropuerto cinco avionetas cargadas con una tonelada de sal cada una. Esperaron a que la nieve estuviera colocada en las calles y a continuación descargaron todo su mineral con el esperado efecto de rebaja en el punto de fusión. En un santiamén la nieve fue historia, agua de fiesta frustrada, y la ciudad mantuvo sus estatus criminal: chiringuitos fraudulentos en la playa y restaurantes cochambrosos en el sur. Podría catalogar esto como mi primera contribución con la ley y el orden. Hubiese podido, pero la dichosa policía se empeñó en averiguar por qué en dos días alguien consiguió financiación fraudulenta para comprar cinco toneladas de sal y cinco avionetas que luego se habían vendido a precio de oro. Al fin y al cabo, para atrapar a un criminal hay que ponerse sus botas un rato por asqueroso que esto sea, tanto en sentido real, como figurado.

(FIN)

miércoles, julio 20, 2005

Cooper: Los orígenes (II)

Me presenté a una vacante de pinche en uno de esos cochambrosos restaurantes de los barrios bajos. El aspecto de la cocina no distaba mucho del aspecto del comedor: grasa por todas partes y cero clientes. Uno podría preguntarse cómo sobrevivía aquello, pero yo no me lo pregunté, me limité a fregar platos y a reciclar la grasa de las paredes. Me pagaban unas monedas y recibía lo más parecido a comida que había visto en los últimos meses. Ahora pienso que mi sacrificio y mi actual úlcera merecía algo más, pero cuando uno no tiene nada, un poquito es más. Sin embargo, allí algo olía mal. Durante meses lo achaqué a la despensa, que contenía varios alimentos putrefactos, pero pronto mi consabida perspicacia dio con la anormalidad. Aquella escasa clientela que depositaba monedas sobre la barra no eran comensales. De hecho, lo que depositaban no eran monedas sino balas del 38. Esto me llevó a una primera conclusión: necesitaba gafas. Efectivamente tras acudir a un profesional de la óptica empecé a ver todo mucho más claro. Aquellos armarios de traje y mocasines eran auténticos gangsters y lo que yo había estado sirviendo como jamón de pato era lomo canino. Se reunían allí para planificar sus golpes y, de vez en cuando, también para repartir el botín. Uno de ellos tenía una enorme cicatriz y solía contar orgulloso como la había conseguido:

- un ataque de apendicitis; por poco me da peritonitis, pero colgué al médico de su estetoscopio y le dije "o se pasa por alto la lista de espera o me la quito yo mismo y se la doy de comer", y me la quitó, aunque igualmente se la di de comer porque el sueldo de médico no le llegaba para mucho.

Eran personajes realmente tétricos. Como Johny Pies Grandes, llamado así porque tenía unas manos muy pequeñitas, o Peter El Sanguinario, cuyo mote hacía referencia a su perniciosa costumbre de donar dos litros semanales. El peor era Jack Perry, también conocido como Jack Louis, o Jack L. Perry, o Jack P. Louis. El nombre le venía de sus abuelos paternos, los cuales, por cierto, no tenían nada que ver con el mundo del crimen, aunque uno de ellos era sepulturero y aprovechaba las sinergias.

Un día que recuperaba grasa de las mesas para contribuir al cochinillo de la cena me enteré de sus turbios asuntos. Esperaban un cargamento de nieve. ¿Qué ocultarían tras esa tonta metáfora? ¿Se trataría de azúcar blanquilla? ¿Desinfectante de contrabando? ¿Polvos de talco ilegales? ¿O quizás harina adulterada? En fin, lo que menos podía pensar, siendo un detective en ciernes que todavía no se consideraba como tal, es que pudieran estar hablando de cocaína. Ese fue mi primer acierto en la profesión, puesto que no hablaban de cocaína sino de nieve de verdad, de la suave, fría, húmeda y finísima agua congelada. El golpe era muy sencillo: se trataba de distribuir la nieve por toda la ciudad y acabar de un plumazo con todos los chiringuitos playeros de la competencia; después construirían una estación de esquí con el consiguiente pelotazo y de paso se harían con el negocio del yeso , prometedor, puesto que allí nadie tenía ni idea de esquiar. Un plan perfecto para apoderarse de la ciudad. Pero no contaban conmigo.
(CONTINUARÁ)

viernes, julio 15, 2005

Cooper: Los orígenes (I)

Como un tipo como yo puede convertirse en detective es algo que intriga a más de uno y a más de dos. Y puesto que soy un profesional de la intriga he de resolver esa inquietud. Aquí en mi despacho, en esa posición natural del detective, pies sobre la mesa, la verdad es que nunca se me habían pasado por la cabeza los hechos que motivaron a iniciar esta mi carrera. Siempre he pensado en ello como algo de natura, fruto de mi indudable perspicacia, mi capacidad de raciocinio, mi estupendo golpe de derecha y el encantador membrete de mis tarjetas. Pero como cualquier detective que se precie en algún momento debí sentir la llamada. Algún misterioso susurro me atrajo a la senda de los descubrimientos, de los más recónditos misterios humanos. Recuerdo esa llamada: el inconfundible sonido de mis tripas quejándose de la vacuidad.

Era yo un chaval cuando el abuelo patrullaba las calles con su imponente uniforme de policía. Lo hacía sólo de vez en cuando. Las barrios eran peligrosos y además estaba prohibido suplantar la personalidad de una autoridad pública. Pero mi abuelo se arriesgaba para mantener sus lucrativos negocios. Un local de apuestas, dos burdeles, alcohol de contrabando y , oculto en la trastienda, su auténtica fuente de ingresos: un almacén para el transporte urgente. Sí, mi abuelo hizo una fortuna con el tráfico de paquetes, tan legalmente, que apesadumbrado tuvo que retirarse de su fracasada vida como delincuente. ¿Y que pinta esto en mi vocación? No tengo ni idea, pero de alguna manera tenía que explicar el horroroso cuadro de mi abuelo que cuelga en el despacho.

La cosa iba de vacuidad. En esta vida hay dos clases de estómagos insaciables: los que están vacíos y los que emulan a los agujeros negros, esto es, los que acumulan tal cantidad de masa que nada escapa a su atracción. Ese era el caso de mi tía Salomé, casi doscientos kilos de mujer con tales propiedades estancas que durante años fue utilizada como ancla de un buque carguero. Luego se levantó la moratoria sobre las ballenas y ya no la volvimos a ver. Pues a lo que iba, estando mi estómago vacío topé con mi verdadera vocación: cocinero.

(CONTINUARÁ)

jueves, julio 14, 2005

Cooper: El misterio del hombre proclive (IV)

-Usted no lo entiende...Puede tocarse el pelo todas las mañanas. Pero yo sólo puedo acariciar este fría cerámica.
-Bueno, ya que voy a morir permítame ser sincero. Su problema no es la cisterna. Es usted de un proclive que no se aguanta.
-Es cierto..., siempre lo he sido. Desde pequeñito tuve una especial propensión, acentuada por el asalto de inclinaciones incontroladas. Propender era para mí algo natural aunque los demás lo rechazaran por impulsivo. Pero sí, desde mis incipientes cinco años soy especialmente proclive. Cada vez que bebía un vaso de agua por las orejas tenía que disimular para evitar que se dieran cuenta. No podía dar dos pasos sobre los nudillos sin que alguien murmurara alrededor. Y siempre que cepillaba mis dientes con estropajo se hacía un silencio fúnebre. Varias novias me dejaron por ello. No comprendían que fuera tan proclive, y a veces, erróneamente, me tachaban de confuso y prolijo. Pero no había nada farragoso en mi conducta, simplemente me mostraba más tendente que los demás.
¿Pero es justo que me ataquen por ello? ¿No ha sido un excesivo precio cargar con una cisterna en la cabeza? ¿Por qué la vida nos trata así?

Comprendí entonces que los discos de Camilo Sexto eran de su uso y disfrute. Vacilé entre responder una a una sus preguntas, con especial dedicación a la última y sus derivaciones antropológicas, o agarrar el bate de béisbol que estaba sobre la mesa y atizarle con ganas. Hice esto último dejando bien a las claras que nunca he sido un apasionado de los deportes americanos, y, en lugar de despojarle de su revólver, le golpeé en la cabeza haciendo añicos el tan nombrado accesorio que sobre ella se situaba. Cerré los ojos esperando el inevitable balazo pero no se produjo. Más al contrario arrojó el arma y se fundió en una abrazo con mi persona al grito colérico de "¡Por fin veo la luz!, ¡veo la luz! ¡Me has liberado! Por dios, que asco de habitación...¡Veo la luz!"

Me encanta la luz de la mañana reposando sobre un cheque en mi despacho. Otra vez podría hacer la compra y abandonar la ingesta de productos caducados.
-Así que estos pedacitos es todo lo que ha quedado de aquel hombre.
-Eso es. Una desgracia. Le explotó una bomba casera que, por otro lado, le tenía a usted como destinatario.
-Buen trabajo. Se ha ganado su sueldo.
No sentí ningún remordimiento por falsear algo los hechos. Al fin y al cabo el hombre había rehecho su vida ingresando en un monasterio, como no, cisterciense. No haría mal a nadie salvo, quizá, a los hermanos frailes que no tolerasen sus extravagancias. Me acosté con la satisfacción del trabajo bien hecho y el único asunto pendiente de responder a una pregunta. La vida nos trata así porque hablamos de ella como algo ajeno que nos trata. Y si no, ¿por qué habrían de caducar tan pronto los yogures del supermercado?

FIN

martes, julio 12, 2005

Cooper: El misterio del hombre proclive (III)

El inmueble estaba bastante descuidado. Las escaleras se asemejaban a una rampa porque la porquería se había comido la altura entre escalón y escalón. Las paredes eran dignas del Paleolítico, con churretes de yogurt escenificando una escena urbana de caos circulatorio coronado por un halo de luz matizado con ketchup. La barandilla era poco fiable y, de hecho, inexistente en el cuarto piso, y el ascensor reposaba en el piso bajo con añoranza de los cables que se suspendían por encima mutilados. Llamé sin demasiada esperanza y al primer golpe la puerta se abrió.
Estaba abierta y dentro no parecía haber nadie. Entré sigilosamente después de levantar el pie del tórax del gato y de atender a varias llamadas inoportunas de mi teléfono móvil. Pronto encontré lo que buscaba. Un montón de planes, bastante ingenuos por cierto, para acabar con la vida de mi cliente, y parte del material que pensaba usar para llevarlo acabo. Armas, cartuchos, objetos punzantes y una colección de discos de Camilo Sexto. Aquel hombre poseía una mente atroz.
Estaba tratando de imaginar como pensaría aquel asesino, y en particular como creería él que iba matar a nadie con un martillo de goma, cuando me vi sorprendido por su presencia.
-¡¿Quién es usted?! ¡¿Qué hace aquí!?
Siempre me han fascinado este tipo de preguntas obvias.
-Soy inspector de gas. Me han avisado de una fuga en este inmueble.
-¿Y que hace revolviendo mis papeles?
-Comprobaba la potencial inflamabilidad de los mismos. Vamos, vamos, no se sulfure que podemos saltar por los aires.
Esto no pareció convencerle porque en menos que canta un gallo (es decir, un tiempo inferior a 2,8 segundos) sacó un revolver del bolsillo y me apuntó.
-¡Usted se ha creído que puede engañarme!
-He de reconocer que tenía cierta esperanza... Sólo he venido para sugerirle que desista en su intento de asesinar a mi cliente y de acabar con su empresa.
(CONTINUARÁ)

viernes, julio 08, 2005

Cooper: El misterio del hombre proclive (II)

Después de la visita al club de campo me dirigí a la terapia semanal de Padres con una Cisterna en la Cabeza. Para pasar desapercibido me disfracé y me coloqué una de esas antiguas, que eran blancas, brillantes, y que solían estar bien altas con su cadenita acabada en una anilla esmaltada. Qué recuerdos me traía aquello. Me imaginaba otra vez en casa de mi abuela jugando a ser Tarzán, colgado de la cadenita y saltando hasta el bidé donde rescataba a Jane de mi cocodrilo de goma. Si no hubiese sido por el recibo del agua... La reunión fue un tanto aburrida. Un montón de cerámicas parlantes lloriqueando por que no podían dar un beso a su hijo si no era introduciéndolo por la parte superior de su cabeza. Despaché mi intervención como pude:
-Y a usted, ¿qué es lo que más le angustia?-.
-Verá, al hacer el amor con mi mujer, ella jadea y yo gorgoteo. Creo que eso le disgusta.

Me hice amiguete de unos cuantos miembros de la asociación y nos fuimos a tomar unas copas. Unos cuantos whiskys y un chupito de desinfectante me sirvieron para tirar de la lengua a uno de aquellos tipos.
- Pues sí...le pareceremos raros pero los hay aún más extravagantes. Hay gente que es tan extraña que lo de menos es que lleve una cisterna en la cabeza. Recuerdo un tipo que era... qué palabra podría utilizar...
-Proclive.
-Sí. Eso es.Un hombre con una cierta propensión. Muy extraño. Hablaba poco. En lugar de una cisterna en la cabeza pareciera que que tuviera un depósito fluvial sobre la cabeza. Le voy a contar una cosa...

Aprovechando la poca visibilidad que le concedía el glorioso retrete de su cabeza me retiré dejándole con la palabra en la boca, sin ningún remordimiento y con la seguridad de que encontraría a otro "cisterciense" al que atormentar con su verborrea. Busqué en los archivos de la Asociación y encontré la última dirección conocida del hombre que buscaba. Lo más lógico es que ya no viviera allí, pero mi profesión y la vida política me han enseñado que la lógica sólo está para despistar a quienes la ponen en práctica.
(CONTINUARÁ)

jueves, julio 07, 2005

Cooper: El misterio del hombre proclive

Era una de esas mañanas en las que uno desearía no haber tomado gazpacho la noche anterior. Todo me daba vueltas como el tambor de una lavadora, y mi cabeza, de repente, parecía ser demasiado pequeña para mi cerebro, que se quería salir por los lacrimales. El peor día para encontrarme con aquel caso. Frente a la mesa de mi oficina un hombre visiblemente nervioso esperaba impaciente que le entregara mi atención.
-Verá usted... es bastante grave. Ese hombre es muy peligroso. Es astuto, impredecible, hábil, escurridizo...y está fuera de su cabales. Podría hacer cualquier cosa para arruinar mi empresa.
-¿Y cuáles serían sus motivos para querer hacer eso?
-Pues...Hace unos años hubo un accidente en la fábrica de inodoros. Una línea se paró bruscamente y le enganchó por las orejas. Conseguimos sacarle pero desde entonces vive con una cisterna en la cabeza. Cada vez que alguien le da una palmadita en el hombro para consolarle...ya sabe, es como si tirasen de la cadena.
-Entiendo, ese hombre vive permanentemente con el agua al cuello, y cuando le tocan la cadena se moja los pantalones. Vaya, ¿y qué le hace pensar que quiere atentar contra su vida?
-No sé, últimamente me suceden cosas extrañas. El otro día fui a coger el coche y cuando me senté en el interior comprobé que no podía ver a través del cristal. Algo lo impedía. Llamé a la policía y corroboraron mis sospechas: alguien había tratado de dificultar mi visibilidad colocando una cabeza nuclear en el capó delantero. Además, me han enviado por correo tres lanzallamas que no he pedido y todos se dispararon accidentalmente al abrir la portezuela del buzón. Necesito que dé caza a ese hombre, temo que sea proclive.
Así de fácil, encontrar a un hombre con una cisterna en la cabeza. Como si la ciudad no estuviera llena de tipos así. Y encima hábil, agresivo, y peor aún, proclive. ¿Por qué demonios debería aceptar aquel caso? Sin embargo, algo me atraía en todo aquello. ¿Podría volver a meter en sus cabales a aquel loco?¿Serían lo suficientemente grandes?
Al caer la noche inicié mis pesquisas por los bares de siempre. Mostraba la foto del sujeto pero la respuesta siempre era la misma.-"Me suena esa cisterna, pero no sobre esos hombros." Era posible que se los hubiese operado para pasar desapercibido, la foto no era una buena pista. Seria difícil encontrar a alguien que para esconderse sólo tenía que ponerse en cuclillas junto a una pared y juntar los brazos a modo de taza. Si además oliera mal...Traté de averiguar algo sobre su vida anterior, sus amigos, su aficiones, sus costumbres. Las respuestas me llevaron al club de golf de la ciudad. Mi hombre era un consumado jugador. Era capaz de embocar de un solo golpe cualquiera de los dieciocho hoyos del campo. Pero tenía un problema: era proclive. Eso hacía que siempre embocara en el hoyo que no le correspondía. Si salía del tres, apuntaba al ocho. Sus golpes eran excepcionales, pero aleatorios. Supuse que aquella cualidad persistiría en él de un modo u otro.
(CONTINUARÁ)

martes, julio 05, 2005

El timo del minipiso

( Versión libérrima de "El timo de la zancadilla" de Tip)

Tú vas por la calle, como quien no quiere la cosa, y te encuentras de sopetón con una de esas mujeres de cuota, pan y moja, y la tía, como si fuera Ministra de la Vivienda va y dice con todo desparpajo: "Buenos días, soy Mª Antonia Trujillo", "Buenos días, ¿dónde va usted tan encogida?" se le contesta, "pues vengo de inaugurar un minipiso que se entrega", dice ella, "venga, venga, no exagere si no son tan pequeños". Ella se endereza y se aprovecha el momento para venderle otra solución habitacional: "Pues mire, póngase de acuerdo con su homóloga de Fomento, ahora que se lleva lo homo, y hagan puentes y puentes y que los jóvenes vivan bajo ellos en parcelitas techadas de treinta metros, vistas inmejorables." Abrumada por tanta sabiduría la ministra, inocente ella, dobla la esquina, primero una vez, y luego otra hasta hacer una pajarita de papel. Pero hete aquí que ni siquiera ha empezado el timo, porque tú, sabedor de los dolores de costado que le afectan a la no tan alta funcionaria (sólo un metro sesenta de funcionaria) le haces la zancadilla por la espalda, con suavidad, a la altura de la barbilla, y ella cae como un saco de arena. Porque si no cae como un saco de arena no sirve de nada. Y además esto hay que hacerlo cerca de una zanja abierta, que si no lo hay, porque en Madrid es poco probable encontrar una, pues se hace una con gallardía y con espíritu olímpico, claro. Entonces se le dice a la ministra que está en el fondo de la zanja:"No cimente aún y salga, señora ministra", "¡No puedo, esto está muy hondo!" "¿Cómo de hondo?" "Tan hondo que Lúcifer me quiere quitar la cartera","Huy, huy, pues como se la quite ya no puede resolver el problema de la vivienda." Entonces se le tira una cuerda para recogerla o, en su defecto, se coge a un viejecito por los tobillos para que ella se agarre al al bastón. Cuando la señora está fuera se te abraza efusivamente y te grita:"¡Te quiero! ¡Te quiero como si fueras el director general de la vivienda y urbanismo! ¡Te quiero como a un arquitecto minimalista!" y entonces sale corriendo, y cuando te das cuenta, te ha quitado los metros cuadrados. Y este es el timo del minipiso.

lunes, julio 04, 2005

Cooper: El misterio de la bailarina sin piernas (III)

Me dirigí al local de madrugada. La chica nueva era la atracción de la noche. Quedaban sólo un par de minutos para que saliera al escenario. Apuré el bourbon y devolví el vaso al tipo de al lado. Se apagaron las luces y un foco iluminó unas interminables piernas, y allí, justo en la cadera izquierda, la marca de Leggy. Era ella. Su forma de bailar era tan sensual que las cerillas se encendían sin necesidad de rascarlas. Sabía moverse bien, aunque tenía problemas para calcular las distancias y cayó por dos veces del escenario. Me dio pena tener que agarrarla; parecía feliz. Cuando terminó el espectáculo me dirigí al camerino y hablé con ella.
-Lo siento, nena. Aquí se acabó todo.
-No, no puedes devolverme a esa casa. Es una locura...allí no hacen más que comer plátanos y recitar a Nietzsche. El abuelo se come las bolas de naftalina como si fueran caramelos y es capaz de eructar Sonrisas y Lágrimas enterita. Tú no sabes..., nunca había caminado con tanto garbo como ahora, nunca había sentido lo que es poder pisotear a alguien que busca sus lentillas. Mi vida ha cambiado desde que soy libre y tengo mis piernas. Por favor...
-Nena, a mí me pagan por encontrar a la gente, y lo he hecho. No veo ningún motivo por el cual no me pudieran pagar por perderles de vista.

El despacho, otra vez, se me hacía inmenso. Los segundos, como en un discurso de Fidel Castro, y sin visos de trabajar en un par de semanas. Pero hoy en día las bailarinas reciben un buen sueldo y mis honorarios por perder de vista unas bonitas rodillas habían sido pagados puntualmente. Así acabó la historia de una mujer que salió por piernas y no volvió. Bonito final, si no fuera porque mis sandwiches, sí, estaban caducados.
FIN

viernes, julio 01, 2005

Cooper: El misterio de la bailarina sin piernas (II)

Parecía el típico caso de piernas retráctiles pero algo me decía que había gato encerrado. ¿Dónde estaría la jaula? ¿Le habrían enseñado el gato retraer sus piernas como garras? ¿Caducarían los sandwiches que compré la semana pasada? Eran un montón de cuestiones sin respuestas, y yo odio no tener respuestas, especialmente cuando me preguntan. Una vez intenté crear una respuesta comodín que sirviera para todo, pero pronto me di cuenta que "inmortalidad" no es una palabra que sirva para contestar "¿con o sin mostaza?". Mientras divagaba de esta manera, me dirigí al local donde la bailarina había sido vista por última vez y le pregunté al dueño sobre ella.

-Era una mujer increíble. ¡Vaya piernas! No pareciera que fueran suyas.
-¿Cree que eran robadas?
-No, no le pegaba. Quizá prestadas.
-¿Conoce a algún prestamista de piernas?
-Sí, ese rockero....Leggy. Vive al otro lado del río.
-Esta ciudad no tiene río.
-Bueno, ya sabe..., ¿cuál es esa calle que se inunda siempre?

Me encaminé al otro lado de la ciudad en busca del tal Leggy. Había oído que era un tipo singular. Le gustaba coser los calzoncillos al forro de los pantalones para ahorrar tiempo por las mañanas. Como le gustaba cantar bajo la ducha, lo hacía sin agua para poder tocar la guitarra eléctrica. Y siempre pedía sus perritos calientes con tomate, mostaza, cebolla, lechuga...con todo, menos con salchichas que no las tragaba. Golpee el extraño aldabón con forma de Elvis. Un afilado tupé se asomó y tras él la estampa de un rockero.
-¿Qué pasa tronc?
-Necesito un par de piernas Leggy.
-No sé de qué me hablas, tío.
-Vamos Leggy, el domingo corro la milla de san Genaro y con las mías no llegaré a ninguna parte. Necesito unas piernas Leggy, pagaré lo que sea.
-Pasa.
Entré y me mostró el material. Tenía toda tipo de extremidades y articulaciones. Brazos, piernas, codos, hasta un par de corvas sin usar. Mientras hacíamos negocio le sonsaqué y me confirmó que había vendido un par de piernas de bailarina, hacía un par de meses, a una mujer. Por lo que él había oído ahora trabajaba en el Molino Cojo. Le di las gracias a la par que rechazaba su mercancía: “Con esos tobillos no duraría ni trescientos metros.”
(Continuará)

sábado, junio 25, 2005

Cooper: El misterio de la bailarina sin piernas

Cuando uno tiene poco que hacer, se atormenta pensando lo mucho que debería estar haciendo. Así soy yo, 475 días al año, las 65 horas del día (esto según mi calendario pigmeo, que toma como unidad de tiempo el intervalo entre dos parpadeos de su rey Batsala). Pero en uno de esos tediosos momentos en los que mi despacho se hace inmenso, suele aparecer un cliente con un caso desconcertante.

-Así que según usted, todas las noches crecen dos hermosas piernas sobre los muñones de su cuñada y se va a bailar a una barra americana.
-Eso es, como lo oye. Perdió las piernas en una partida de póker.
-¿Deudas?
-No, las apostó porque tenía una buena mano. Pero perdió.
-Por lo que veo en esta foto sus piernas eran mejores de lo que podía ser su mano.
-Las mejores de aquí a New Jersey.
-Ya veo, aunque estamos en New Jersey. Y dígame, ¿cuando notaron la anomalía?- Hace dos meses. Mi hermano quería cenar en un turco pero ella había encargado comida china. Empezaron a discutir, aunque en voz baja, porque siempre les preocupaba lo que pensaran los vecinos, salvo aquella vez que salieron desnudos al jardín para celebrar el día de San Ildefonso. Se susurraron toda clase de insultos, hasta que de repente mi hermano sintió un tremendo golpe en el bajo vientre. Y allí estaba la pierna derecha de mi cuñada, y junto a ella la izquierda vivita y coleando. Después, ella desapareció. No supimos nada hasta que el abuelo juró haberla visto en un cabaret.
(Continuará)

domingo, junio 19, 2005

El mito de Arístides, el superhéroe catatónico (II)

Por fin llegaron a la cueva de Períades, y como éste era un gran espíritu maligno, presintió su llegada en cuanto Arístides tiró toda la vajilla del oso por los suelos. "¡Quién ha osado entrar en mi guarida!", gritó atronadoramente la bestia, -"Aquí nadie ha osado nada. El único que hace osadas eres tú.", repuso Hedoto sin poder reprimir la tontería. Siguiendo los consejos de Marte, Hedoto se había colocado detrás de Arístides para que la voz pareciese de éste, y, metiendo las manos por las mangas, agitaba sus brazos de manera expresiva. "¿Quién eres tú, insignificante mortal?", volvió a gritar la criatura, "Soy Arístides el joven pariliticado de Atenas que viene a retarte, Gran Oso Asqueroso" "¡Cómo te atreves...! ¡¿Tu, retarme a mí?!" -"Apuesto a que si nos miramos fijamente a los ojos, tú será el primero en desviar la mirada" "Acepto, no podrás soportar mi terrible mirada". Y así, Hedoto aprovechó que Períades fijaba su vista en la perdida mirada de su catatónico amigo para salir de su espalda y buscar el paracetamol. Cuando lo hubo encontrado recobró su lugar y esperó a que el oso se cansara. Sesenta horas más tarde el sueño venció al monstruo y Hedoto pudo gritar: "¡Ajá, perdiste!" , a lo cual no repuso nada Períades, quién asintió y caminando hacia su cama dijo bostezando,"De acuerdo, tú ganas te perdono la vida".

Los amigos regresaron a Atenas y devolvieron el paracetamol al sabio Clamoxyl, para que los ciudadanos no volvieran a padecer dolores de cabeza. "Ah, bien muchachos. Pero en realidad no hacía falta. Nuestro amigo Mefistófenes ha descubierto algo nuevo...el ácido acetilsalicílico, así que ya no era tan urgente." Hedoto se llenó de indignación pero no por mucho tiempo, porque la indignación dejó paso al asombro. Arístides recobró de súbito la plena consciencia y abandonando su letargo, empezó a gritar coléricamente:" ¡Me cago en la madre que parió a Mefistófenes! ¡Pues no he estado sesenta horas delante de un monstruo por la cochina medicina! ¡Ahora si que os va doler la cabeza." Y dicho esto, se lió a mamporros con todos los habitantes de Atenas, partiendo cabezas a diestro y siniestro con la ayuda de su amigo Hedoto, mientras en el Olimpo se partían de risa: "Hades, hermano, tú si que sabes escoger héroes mortales"

Después, todo volvió a la normalidad. Los dioses castigaron el ataque de furia de Arístides devolviéndole a su letargo, aunque esta vez acompañado de su amigo Hedoto. A Períades se le nubló la vista y en una revisión se le diagnosticaron catorce dioptrías. Las doncellas vestales volvieron a corretear, Afrodita volvió a coquetear, y Zeus siguió dormitando en el busto de su esposa Hera.
FIN

sábado, junio 18, 2005

El mito de Arístides, el superhéroe catatónico (I)

Corrían los tiempos en que Zeus dormitaba plácidamente sobre el busto de su esposa Hera. Todo en el Olimpo era armonía (de lo cual se encargaba Armónides musa de la armonía) y tranquilidad (trabajo de Tranquilitón, dios del reposo). Las doncellas vestales correteaban ingenuas por las fiestas de Dionisos, y Afrodita coqueteaba con dos o tres mortales al mismo tiempo. Tanta placidez resultaba aburrida para los dioses y decidieron poner en un apuro a los hombres, merecido, porque no dejaban de estorbarles con sus dichosas plegarias, "Zeus, quiero esto", "Zeus, te ruego lo otro". Y así fue que Atenea tuvo una gran idea:-"Quitémosles el paracetamol para que sufran dolores de cabeza eternamente", "Me parece buena idea", dijo Zeus, "pero demósles una esperanza. Confiémosle la misión de recuperarlo a un mortal protegido por uno de nosotros." El elegido como protector fue Ares, dios de la guerra, cuya sabiduría en las artes de la batalla guiaría al mortal. Y para que todo fuera justo, otro dios se encargó de escoger al futuro superhombre. Hades, el dios del mundo de los muertos, fue el designado, y con su característica visión positiva depositó su "confianza" en Arístides, un joven fuerte, hermoso, inteligente, pero que desde hacía tres años se encontraba en estado catatónico. Uno de los mensajeros del Olimpo se encargó de darle la noticia a Arístides, el cual se la tomó con su habitual pasividad, sin decir esta boca es mía. Afortunadamente, en esos momentos estaba de visita un gran amigo suyo, Hedoto Zaetón, y él se encargó de decir "sí, sí, esa boca es suya".

Hedoto y Arísitides se pusieron en camino. El joven héroe podía caminar, aunque lanzaba sus pasos aleatoriamente, al norte, al sur, al ombligo de Hedoto, y tardaban horas en avanzar unos metros. Tardaron dos días en cruzar la calle, pero por fín entraron en la botica regentada por el viejo sabio Clamoxyl. Hedoto tomó la palabra: " Anciano, nos han informado de la desaparición del paracetamol.¿Es cierto eso?" - "Más bajo, por favor, me duele horrores la cabeza... Sí, ayer mismo las Harpías me visitaron y destrozaron el local. Pero al frente de ellas estaba el más cruel de los crueles, la más vil de las criaturas, el más infecto gusano, canalla y despreciable... y no es nada personal."-"¿Quién? ¿Quién era?"- "Períades, el Gran Oso Amoroso" Enfrentarse a aquella bestia era una hazaña descomunal para cualquier mortal. Arísitides trazó un plan genial pero fue incapaz de comunicárselo a su amigo Hedoto. Este también urdió un plan, menos ingenioso, pero que gozaba del favor de sus palabras claras y biensonantes. "Esta bien, haremos esto. Yo te llevaré hasta la madriguera de Períades y, mientras tú le haces frente con tu rápida y ágil pasividad, yo entraré y recuperaré el paracetamol. Si cuando salga todavía queda algo de ti, te recogeré y no tendrás que preocuparte por los dolores, pues ya tendré la medicina." Arístides ni siquiera pudo asentir, pero Hedoto asumió que el que calla, otorga.

Alquilaron un carro, pues el tiempo era precioso y no podían estar a merced del caminar errático de Arístides, y se dirigieron a las Tierras de la Remolacha Salada, donde se encontraba la guarida del odioso ladrón. Por el camino tropezaron con todo tipo de criaturas extrañas: los Tibulirí eran unos deformes animalitos con cabeza de elefante africano y cuerpo de elefante asiático, que vestían chaqueta, corbata y bermudas hawaianas; los Galianos eran unos pájaros con cabeza de toro, que tenían cien piés, la mitad de cerdo y la otra mitad de canguro, por lo que tenían un caminar un tanto extraño que pasaba desapercibido porque nunca ponían pie en tierra; también vieron Pelifóstenes, unas bestias con cabeza de león y cuerpo de gacela, que no sobrevivían demasiado a sus propios mordiscos, y, por último, las curiosas Arielitas, pequeñas ranas peludas que saltaban hacia atrás, salvo cuando se encontraban en peligro, momento en el que salian unas ruedas de los costados y aparcaban de oídas.
(Continuará)

jueves, junio 16, 2005

Estudio del funcionamiento del conjunto llave inglesa

La llave inglesa es un instrumento que manipulado con acierto sirve para apretar tuercas o aflojarlas según el gusto e interés del propietario. La teoría de su funcionamiento varía según las culturas. En oriente se postula que la mordaza móvil se mueve por el influjo de la luna, subiendo cuando hay luna llena, y, ajustándose según cuarto menguante. En occidente, sin embargo, la teoría es algo más clara: se desconoce profundamente su funcionamiento. A pesar de ello su uso es muy extendido. No preguntéis cómo, ellos lo usan y punto. "¡Qué carajo me dice!", contesta gruñendo un operario mientras una húmeda colilla se desprende de su boca.

Utilidades aparte, lo cierto es que su origen se remonta a épocas mitológicas. Se dice que Zeus, enojado con Vulcano, lanzó uno de sus temibles rayos, que, por fortuna, no alcanzaron al herrero sino a su yunque, tomando la forma de llave, no inglesa, sino griega como era de suponer. El uso que Vulcano le dio al objeto gustó en el Olimpo, y en especial a Venus y el resto de diosas pervertidas. Llegaron épocas de crisis y a los dueños del Olimpo le expropiaron el huerto. Cambiaron el nombre de la empresa y los suyos propios por latinos, que estaban más de moda, y montaron una pequeña empresa en Roma de fabricación de la llave en cuestión. Los romanos, que eran unos viciosos, compraban en grandes cantidades ( X,C,M, LM...) así que nuestros dioses pronto cambiaron su humilde mansión en via Augusta por una pequeña sucursal en Downing Street.

Como era pertinente le cambiaron el nombre a la llave y, puestos a cambiar, le cambiaron el uso a la herramienta. En plena revolución industrial su utilidad se hizo visible para los patronos: golpear a los gandules obreros que se negaban trabajr de sol a sol como todo buen explotado. Esto se extendió hasta bien entrado el siglo cuando un capataz se equivocó de cabeza y enganchó la de una tuerca que con las manos siempre le quedaba floja. -"Fracksten ristlen bier!!", dijo el hombre tremendamente excitado. Los ingleses no le entendieron. Algo así como:-"La llave inglesa será mía después de invadir Polonia!!". Y dicho y hecho, aquel señor invadió los Sudetes ( "no se lavan", decía) y después hizo esfuerzos ímprovos por consegir la llave inglesa. No se sabe para que la quería, si para atizar a los que no eran rubios y altos o para arreglarse el bigote por las mañanas. -"Anglash fraschen mostachen!!", o lo que es lo mismo, "Se me han enganchado los pelillos en la mordaza!!" Y sin bigote no merecía la pena vivir así que suicidó a su amante y después a sí mismo regodeandose en la reflexividad del verbo. ¿Yque uso tendría ahora nuestra llave sino unificar el mundo y dividir Berlín? "Grobis Grauten frasbafen!?" preguntó enojado el gordo turista a un ciudadano londinense. "¿Qué para qué sirve? para abrir mi puerta, claro." En resumen, la llave inglesa utiliza un mecanismo de transformación de giro, caso especial del tornillo sin fin-corona.

viernes, junio 03, 2005

Cooper, Investigador privatizado (IV)

Cuando acabé de comer me dirigí al hogar roto y llame al timbre con suavidad. No quería que aquella loca me abriese la puerta con un cuchillo en la mano o, a lo peor, con una batidora y su accesorio pica-carne. Cuando abrió, fui directo al grano:
-¿Vive aún?.
-¿Quién?.-, contestó ella
-No te hagas la tonta. El "amor verdadero", sé que estuvo aquí.- Dicho esto no pudo soportar la presión y rompió a llorar.
-¡Se ha ido! ¡Se ha marchado para siempre!-
-¿Lo habéis liquidado? ¿Quién fue el que lo hizo? ¿Tú o él?.-
-¡Él! ¡Él y su incordiante familia!-.

Aquello me dejó con una extraña sensación. Mi trabajo había concluido. No podía buscar a un muerto. Pero, ¿por qué lo habrían asesinado? ¿tendría que ver con Jenny? ¿sería el camarero capaz de convencerme de que el besugo también tenía buena cara? Volví a la oficina atando cabos, algo que siempre me ocasiona problemas con el sargento de policía: -¡Cooper, le he dicho mil veces que no ate a mis oficiales! -. Cuando llegué, Jenny me esperaba sentada en mi sillón. Probé a jugar con ella, primero al parchís, y luego psicológicamente:
-Lo he encontrado.
-¿Al "amor verdadero"?
-El mismo. ¿Sin palabras, nena?
-Bueno, yo...
- Claro que no tienes palabras porque sabes también como yo que está muerto.
- ¿Muer..?
- Basta, no disimules. Sé que lo hiciste. La primera vez que te vi pensé que nadie más podría atarme los zapatos, pero pronto descubrí que otros personas podían hacerlo e incluso conseguí que mi profesora de parvulario me enseñara. Pero esa manía tuya de atar cosas no cambió. Atabas las maletas a la baca del coche, atabas las cortinas y hasta atabas el pavo relleno. Lo de atar sogas al cuello era cuestión de tiempo. Y tiempo era lo único que no te faltaba porque tu familia se obstina en regalarte relojes cada cumpleaños. Conociste el "amor verdadero" sí, en un bar de tres al cuarto, o de tres copas por cuatro, es lo mismo, le engatusaste y te lo llevaste al huerto. Allí le obligaste a recoger tomates y cebollas y te hiciste una ensalada. Ni siquiera dejaste que la aliñara. Después abusaste de él con toda clase de fantasías...¡oh, sí, sé lo del Trivial encima de la lavadora, y lo del Monopoly con billetes extra de cincuenta mil! Después aprovechaste un descuido y lo estrangulaste con una ristra de ajos del propio huerto. Lo siento, muñeca, este ha sido tu último amor asfixiado.-
-No, no me puedes entregar, Cooper. Si tu quisieras...tú y yo...
-Lo sé, tú y yo podríamos hacer guarrerías, pero esta vez tendré que darme una ducha fría. No, nena, esta vez tendrás que pasar sin mí. Ya no tendrás mi paraguas cuando llueva, ni mis entradas para la corrida de abono. Si te dejara marchar ahora, el filo de la espada jugaría a rascarme la nuez el resto de mi vida. Creo que le debo la vida un tipo desconocido y no pienso desperdiciarla a tu lado. No lo olvides, yo podría haber sido tu "amor verdadero".

Me fumé un cigarro mientras ella se marchaba esposada con la policía. Después de todo, todo había sido nada, porque a veces las cosas no son como uno piensa, y otras veces uno no piensa cómo son las cosas. Así, meditando, me sumí en un profundo sueño, pensando que ser feliz consiste en meter un gol a la lucidez y la locura es buen delantero centro.

FIN

martes, mayo 31, 2005

Cooper, Investigador privatizado (III)

La situación requería un análisis pero también odio que me saquen sangre, así que pensé. No podía acudir a la policía porque así me lo había pedido Jenny, y además, ¿podía estar seguro de que era un secuestro? ¿no sería el "amor verdadero" un viciosillo que se lo estaba montando con aquellos dos? ¿no tendrían cabida las más perversas fantasías sexuales en aquel tipo? Del calvo no me habría extrañado nada. Pero costaba creer que no estuviera retenido contra su voluntad si había conocido a Jenny. Bien, siendo así lo tendrían escondido en alguna parte, así que me dediqué a vigilarles. Siendo detective uno se da cuenta de cosas que los demás pasan por alto. Por ejemplo, observando a aquella mujer sabía que escondía un carácter sádico y violento. Disimulaba con sus sonrisitas y su colección, extraordinaria por cierto, de ositos de peluche, pero en sus centelleantes ojos se adivinaba que su idea de volar una cometa era atarle al cordel dos cartuchos de dinamita. El hombre era peor, un ser obsceno que disimulaba sus obsesiones con una careta de timidez, que no habría dudado un instante en hacerle la zancadilla a Heidi o tirar a Clara colina abajo para conseguir un pedazo de queso fundido del abuelo. Dos seres viles y despreciables.

Ellos mismos no tardaron mucho en darse cuenta de cómo era en realidad la pareja con la que convivían, así que rompieron. Yo fui testigo. Ella le reprochó no se qué comentarios de su madre, él insinuó que su madre no había cotizado en la seguridad social aunque ejercía el oficio más antiguo del mundo, ella se ofreció para abonar las tumbas de sus parientes con fértil excremento y él, desechando la opción, le extendió una receta para cocinar espárragos, para que ella finalizara con una oferta de abono para otra madre de oficio antiguo. En fin, el cogió una maleta con ropa y una cámara de video y se largó. ¿Que pasaría ahora con el "amor verdadero"? Quedara en las manos de quien quedara era hombre muerto. Tenía que pasar a la acción sin pensarlo un instante, pero antes despaché al camarero que intentaba convencerme de que el cochinillo tenía muy buena cara. “¿Bromeas?¿No ves que tiene cara de cerdo?.”

(Continuará)

viernes, mayo 27, 2005

Cooper, Investigador privatizado (II)

Buscar a ese tipo era tan descabellado como buscar una lentilla en una sopa de cebolla, pero para negarme tenía que decir no a sus tres millones de poros deseables pidiéndome ayuda y eso era mucha negación para un único monosílabo. Pensé que el "amor verdadero" sería algo retorcido, astuto sin duda, así que me dirigí a los barrios bajos por si andaba escondido en una de esas casas de moral distraída. Aunque no hubiese tenido ese pensamiento también habría sido mi primer destino, pues uno tiene sus costumbres y mi ética es muy despistada. Pregunté a una cerillera que, además de cerillas, vendía "packs" de botellón. -Ése, ése es un caradura. Se hace llamar así, "amor verdadero", pero lo que le gusta es el dinero que lo sé yo. Si no, iba a estar la menda aquí, vendiendo cerillas... ¿Un litro de calimocho?-. Ni una descripción ni más señas que un posible gusto por la economía saneada. No tenía mucho por dónde empezar pero mi instinto es poderoso, un adalid del presentimiento, y , más fuerte que mi instinto, o al menos más suelto, mi intestino, que me llevó a los servicios públicos de un bar de la Sexta con la Quinta. Allí, tras depositar en la taza la parte de mi naturaleza que corresponde al eterno retorno, pude escuchar con nitidez como un hombre calvo, más bien bajo, de unos cuarenta y cinco años, le decía a una mujer, cuya descripción omito para evitar confusiones (y afirmo que era una mujer), "gracias a ti, por fin he conseguido el amor verdadero". ¡Era cierto que existía! ¡Y aquella pareja lo había secuestrado!

(Continuará)

jueves, mayo 26, 2005

Cooper, Investigador privatizado (I)

Nunca me han gustado los dentistas. La última vez que visité a uno fui para quitarme una muela y regresé casi con una dentadura postiza. Encima trató de justificar que para quitarme la mala había tenido que quitarme dos buenas. -¿Estorbaban?, le pregunté.-Claro, las puñeteras se parecían una barbaridad a la picada.-. Hice investigaciones para averiguar si de verdad era doctor, y lo era. Doctor en Ginecología y Obstetricia, lo cual explicaba todo, en especial su insistencia en pedirme que dilatase cada vez que quería que abriese la boca. En fin, un desagradable incidente más con el gremio que me hizo desconfiar. Y, precisamente, ahora, aparece ella por la puerta y me pide ayuda. Sólo en sus ojos se averigua la diferencia entre mirar y perder la mirada. Desde que éramos pequeños tiene esa habilidad especial para conseguir que no me niegue a nada. Mi Jenny. Lástima que sea dentista.

-Hace veinte años que no nos vemos, muñeca.
-Sí, desde que hicimos la primera comunión.
-Exacto, todavía recuerdo la resaca. Muy poco pan para tanto vino. Dime, ¿qué quieres?
-Necesito que encuentres algo para mí. Ando buscando el "amor verdadero".
-¿El "amor verdadero"?
-Sí, el mismo, el de "sin condiciones", el de la "pasión inmortal", el del "cuidado y respeto", el "inexplicablemente mágico" y "no me importa que uses mi cepillo de dientes siempre que no se convierta en costumbre".
-Vaya, creo que no has dado con el hombre adecuado, nena. Siempre he pensado que ese tío no existía, que era una conspiración del gobierno para mantener la ilusión del pueblo.
-Existe, lo he conocido. Necesito que lo encuentres.


(Continuará)

jueves, mayo 12, 2005

Despertares

Como todo en un segundo
escapando en un suspiro,
como todo lo querido
deambulando por el mundo.

Con la pluma desenfundo
silencios de madrugada,
la pesadumbre tragada
y lo adverso digerido.

Ha bastado un alarido
para el alma asustada.

viernes, abril 29, 2005

Apocalipsis - Mi primer borrador

Los evidentes signos apocalípticos de los últimos meses (tsunami, controversia con el Papa y la crisis del Atleti fuera de casa), me incitaron, no hace mucho, a pasar unos días en la isla griega de Patmos, allí donde se supone que San Juan escribió el Apocalipsis, último libro de los evangelios donde se revelan los postreros días del mundo. Hete aquí, que paseando por el monte encontré una extraña piedra con forma de baúl y me detuve a observarla. Resultó ser un baúl con extraña forma de piedra. Con mucho cuidado, para no deteriorar una posible reliquia, coloqué un cartucho de dinamita en la cerradura y lo hice explotar. Como suponía, aquello sólo guardaba un montón de pedacitos humeantes sin valor alguno, y dos objetos más o menos intactos: un pedazo de copa con una inscripción que decía "Recuerdo de nuestra última cena - Zalacaín Año 33" y un libro con notas titulado "Apocalipsis - Mi primer borrador". No tardé mucho tiempo en darme cuenta del hallazgo que acababa de realizar, y tras unos días meditando si debía o no publicarlo, si se tomaría o no en serio, he decidido que el derecho a la información es de extrema importancia, aún en los casos en los que medio mundo se entera de que tu mujer te la pega con otro. Estas son las primeras notas apocalípticas del Apocalipsis:

Los seis primeros sellos

Vi, pues, cómo el Cordero abrió el primero de los siete sellos, y oí al primero de los cuatro animales que decía, con voz como de trueno: Ven, y cuéntalo. Yo miré; y he ahí un caballo blanco, y el que lo montaba tenía un arco; y utilizó el arco para amenazar a sus rivales y ganar el Grand National, y después se dedicó a las carreras profesionales y todo el mundo apostaba por él hasta que dos tipos le quitaron el arco y le partieron las piernas. Y como hubiese abierto el segundo sello, oí al segundo animal, que decía: Ven y verás. Y salió otro caballo bermejo; y al que lo montaba se le dió el poder de desterrar la paz de la tierra; y el jinete se volvió loco buscando paz en la tierra que desterrar, y como no la encontraba se pasó seis meses en el paro e hizo un curso sobre dobladillos de visillos y después se dedicó al cultivo de tomates de pera.
Abierto que hubo el sello tercero, oí al tercer animal, que decía: Ven, y verás. Y vi un caballo negro; y el que lo montaba tenía una balanza en su mano. Y se dedicaba a pesar todo lo que tenía a mano, hasta que pesó un melón de setenta y cinco kilos y ganó el concurso de hortalizas de Villanueva del Bartolo, y empeñó la balanza y el caballo y se compró un microondas.
Después que abrió el sello cuarto, me adelanté al cuarto animal y dije: No digas . Ya voy, ya veo. Y he ahí un caballo pálido y macilento, cuyo jinete tenía por nombre Muerte, y se dirigía al Registro Civil para cambiarlo por Ramón, pero el infierno lo iba siguiendo y diósele poder para matar a los hombres a cuchillo, y el jinete se quejaba al infierno porque aquello de matar era delito y la Administración no le dejaba cambiarse el nombre. Y cuando hubo abierto el quinto sello, vi al pie del altar las almas de los que fueron muertos por ratificar el testimonio de Dios y no defraudar a Hacienda. Y clamaban a grandes voces, diciendo: ¿Hasta cuando, Señor, tendremos que soportar las retransmisiones de toros con cámara superlenta? Y el Señor les entregó un vestido blanco y un balón de futbol para que se entretuvieran hasta que el número de mártires fuese el adecuado para intervenir. Vi asimismo como se abrió el sexto sello, y el sol se puso negro y la luna roja; y las televisiones del mundo martirizaron a los hombres con reportajes especiales sobre el fenómeno. Y las estrellas cayeron del cielo y Carmen Sevilla recuperó la memoria; y los pepinos ya nunca más supieron a pepinos sino a sofrito de tomate. Y con el septimo sello, el Cordero envío una carta certificada anunciando el fin del mundo.

Las siete trompetas

Los siete Angeles que tenían las siete trompetas se dispusieron a tocarlas. Tocó el primero Paquito Chocolatero y formóse una tempestad de granizo y fuego que descargó sobre la Tierra, arrasando la tercera parte de la misma. Tocó el segundo un la sostenido y miles de elefantes en celo sintieron repentina atracción por los perros chiuaua; y un astro del cielo llamado Tabasco cayó en las aguas y miles de hombres murieron con ardores de estómago. Tocó la trompeta el cuarto Ángel, con un solo a lo Pérez Prado, y los ratones se comieron las cotizaciones de Wall Street mientras las colas de los leones se convertían en compota de manzana. Llegó el quinto Ángel y tocó su trompeta; millares de escorpiones surgieron de la tierra para atormentar a los hombres; y se colgaban de sus narices y les mordían los párpados hasta dejar el globo ocular al descubierto; y es así que la tercera parte de los hombres quedó con los ojos saltones. Tocó el sexto Ángel y bajaron del cielo doscientos millones de abogados para demandar a los hombres; y la tercera parte de la humanidad perdió sus juicios y tuvieron que pagar las costas. Y después, en efecto, el séptimo Ángel tocó la trompeta; y se sintieron voces grandes en el cielo que decían: No son horas estas para tocar la trompeta.

La mujer y el dragón

En esto apareció una mujer encinta con contracciones cada diez minutos. Al mismo tiempo apareció un dragón con siete cabezas y siete tarjetas de crédito. El dragón se puso delante de la mujer y le dijo: Aquí no puede parir, es una clínica privada. Pero ella dio a luz a un varón y se fue al desierto; y el dragón la persiguió durante tres años y después se volvió para ver la final de la Superbowl. Después de esto vinieron más bestias y lucharon con ángeles, y el Cordero levantó su voz en el cielo para decir: ¡Pues buena la hemos liado!

Las copas de la ira de Dios

Y a alguien se le ocurrió la idea: Id y derramad las siete tazas de la ira de Dios en la tierra. Partió el primero de los angeles con un vino Burdeos del 88 y se formó una úlcera cruel y maligna en los hombres; ese fue el castigo por olvidar el Ribera del Duero. El segundo derramó una taza con gazpacho andaluz, y todos aquellos que lo calentaron como una sopa fueron marcados con el sello de estúpidos. El tercer Ángel derramó agua de Barcelona sobre los ríos para que los hombres sufrieran diarreas; y así fue que la tercera parte de la tierra quedó cubierta por excrementos. La cuarta copa vertió un puñado de arroz, y hombres y mujeres solteros quedaron casados ante los ojos de Dios; y los hombres preguntaban: Señor, ante tus ojos ¿separación de bienes o bienes ganaciales? Y así fue que la tercera parte de la humanidad fue condenada al divorcio. El quinto Ángel derramó su taza en el trono de la Bestia; y como era de ante lo arruinó por completo, y como era el fin del mundo ninguna tintorería estaba abierta; y el reino de la bestia quedó en tinieblas porque la lavadora saltó los plomos. El sexto Ángel vertió su taza sobre el río Éufrates a la vez que una profunda exclamación oscureció el cielo: ¡Gracioso, ahora haces tú el café! Y le tocó el turno al séptimo Ángel, al que no le quedó nada que derramar, así que lanzó la copa vacía e hizo un enorme agujero donde quedaron atrapados la tercera parte de los estomatólogos.

Regocijo en el cielo

Después de estas cosas que oí en el cielo una voz de muchas gentes gritó: ¡Aleluya! ¿Que te ha parecido el ácido lisérgico? Y siete ángeles con siete vasos de agua se acercaron hasta mí y me mostraron el árbol de la vida; tenía siete ramas y siete frutos distintos. Me despedí siete veces y prometí otras siete contar lo que había visto. Y acabé hasta los siete gorros del dichoso número siete.