martes, julio 12, 2005

Cooper: El misterio del hombre proclive (III)

El inmueble estaba bastante descuidado. Las escaleras se asemejaban a una rampa porque la porquería se había comido la altura entre escalón y escalón. Las paredes eran dignas del Paleolítico, con churretes de yogurt escenificando una escena urbana de caos circulatorio coronado por un halo de luz matizado con ketchup. La barandilla era poco fiable y, de hecho, inexistente en el cuarto piso, y el ascensor reposaba en el piso bajo con añoranza de los cables que se suspendían por encima mutilados. Llamé sin demasiada esperanza y al primer golpe la puerta se abrió.
Estaba abierta y dentro no parecía haber nadie. Entré sigilosamente después de levantar el pie del tórax del gato y de atender a varias llamadas inoportunas de mi teléfono móvil. Pronto encontré lo que buscaba. Un montón de planes, bastante ingenuos por cierto, para acabar con la vida de mi cliente, y parte del material que pensaba usar para llevarlo acabo. Armas, cartuchos, objetos punzantes y una colección de discos de Camilo Sexto. Aquel hombre poseía una mente atroz.
Estaba tratando de imaginar como pensaría aquel asesino, y en particular como creería él que iba matar a nadie con un martillo de goma, cuando me vi sorprendido por su presencia.
-¡¿Quién es usted?! ¡¿Qué hace aquí!?
Siempre me han fascinado este tipo de preguntas obvias.
-Soy inspector de gas. Me han avisado de una fuga en este inmueble.
-¿Y que hace revolviendo mis papeles?
-Comprobaba la potencial inflamabilidad de los mismos. Vamos, vamos, no se sulfure que podemos saltar por los aires.
Esto no pareció convencerle porque en menos que canta un gallo (es decir, un tiempo inferior a 2,8 segundos) sacó un revolver del bolsillo y me apuntó.
-¡Usted se ha creído que puede engañarme!
-He de reconocer que tenía cierta esperanza... Sólo he venido para sugerirle que desista en su intento de asesinar a mi cliente y de acabar con su empresa.
(CONTINUARÁ)

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