lunes, julio 04, 2005

Cooper: El misterio de la bailarina sin piernas (III)

Me dirigí al local de madrugada. La chica nueva era la atracción de la noche. Quedaban sólo un par de minutos para que saliera al escenario. Apuré el bourbon y devolví el vaso al tipo de al lado. Se apagaron las luces y un foco iluminó unas interminables piernas, y allí, justo en la cadera izquierda, la marca de Leggy. Era ella. Su forma de bailar era tan sensual que las cerillas se encendían sin necesidad de rascarlas. Sabía moverse bien, aunque tenía problemas para calcular las distancias y cayó por dos veces del escenario. Me dio pena tener que agarrarla; parecía feliz. Cuando terminó el espectáculo me dirigí al camerino y hablé con ella.
-Lo siento, nena. Aquí se acabó todo.
-No, no puedes devolverme a esa casa. Es una locura...allí no hacen más que comer plátanos y recitar a Nietzsche. El abuelo se come las bolas de naftalina como si fueran caramelos y es capaz de eructar Sonrisas y Lágrimas enterita. Tú no sabes..., nunca había caminado con tanto garbo como ahora, nunca había sentido lo que es poder pisotear a alguien que busca sus lentillas. Mi vida ha cambiado desde que soy libre y tengo mis piernas. Por favor...
-Nena, a mí me pagan por encontrar a la gente, y lo he hecho. No veo ningún motivo por el cual no me pudieran pagar por perderles de vista.

El despacho, otra vez, se me hacía inmenso. Los segundos, como en un discurso de Fidel Castro, y sin visos de trabajar en un par de semanas. Pero hoy en día las bailarinas reciben un buen sueldo y mis honorarios por perder de vista unas bonitas rodillas habían sido pagados puntualmente. Así acabó la historia de una mujer que salió por piernas y no volvió. Bonito final, si no fuera porque mis sandwiches, sí, estaban caducados.
FIN

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