-Lo siento, nena. Aquí se acabó todo.
-No, no puedes devolverme a esa casa. Es una locura...allí no hacen más que comer plátanos y recitar a Nietzsche. El abuelo se come las bolas de naftalina como si fueran caramelos y es capaz de eructar Sonrisas y Lágrimas enterita. Tú no sabes..., nunca había caminado con tanto garbo como ahora, nunca había sentido lo que es poder pisotear a alguien que busca sus lentillas. Mi vida ha cambiado desde que soy libre y tengo mis piernas. Por favor...
-Nena, a mí me pagan por encontrar a la gente, y lo he hecho. No veo ningún motivo por el cual no me pudieran pagar por perderles de vista.
El despacho, otra vez, se me hacía inmenso. Los segundos, como en un discurso de Fidel Castro, y sin visos de trabajar en un par de semanas. Pero hoy en día las bailarinas reciben un buen sueldo y mis honorarios por perder de vista unas bonitas rodillas habían sido pagados puntualmente. Así acabó la historia de una mujer que salió por piernas y no volvió. Bonito final, si no fuera porque mis sandwiches, sí, estaban caducados.
FIN
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