martes, mayo 31, 2005

Cooper, Investigador privatizado (III)

La situación requería un análisis pero también odio que me saquen sangre, así que pensé. No podía acudir a la policía porque así me lo había pedido Jenny, y además, ¿podía estar seguro de que era un secuestro? ¿no sería el "amor verdadero" un viciosillo que se lo estaba montando con aquellos dos? ¿no tendrían cabida las más perversas fantasías sexuales en aquel tipo? Del calvo no me habría extrañado nada. Pero costaba creer que no estuviera retenido contra su voluntad si había conocido a Jenny. Bien, siendo así lo tendrían escondido en alguna parte, así que me dediqué a vigilarles. Siendo detective uno se da cuenta de cosas que los demás pasan por alto. Por ejemplo, observando a aquella mujer sabía que escondía un carácter sádico y violento. Disimulaba con sus sonrisitas y su colección, extraordinaria por cierto, de ositos de peluche, pero en sus centelleantes ojos se adivinaba que su idea de volar una cometa era atarle al cordel dos cartuchos de dinamita. El hombre era peor, un ser obsceno que disimulaba sus obsesiones con una careta de timidez, que no habría dudado un instante en hacerle la zancadilla a Heidi o tirar a Clara colina abajo para conseguir un pedazo de queso fundido del abuelo. Dos seres viles y despreciables.

Ellos mismos no tardaron mucho en darse cuenta de cómo era en realidad la pareja con la que convivían, así que rompieron. Yo fui testigo. Ella le reprochó no se qué comentarios de su madre, él insinuó que su madre no había cotizado en la seguridad social aunque ejercía el oficio más antiguo del mundo, ella se ofreció para abonar las tumbas de sus parientes con fértil excremento y él, desechando la opción, le extendió una receta para cocinar espárragos, para que ella finalizara con una oferta de abono para otra madre de oficio antiguo. En fin, el cogió una maleta con ropa y una cámara de video y se largó. ¿Que pasaría ahora con el "amor verdadero"? Quedara en las manos de quien quedara era hombre muerto. Tenía que pasar a la acción sin pensarlo un instante, pero antes despaché al camarero que intentaba convencerme de que el cochinillo tenía muy buena cara. “¿Bromeas?¿No ves que tiene cara de cerdo?.”

(Continuará)

viernes, mayo 27, 2005

Cooper, Investigador privatizado (II)

Buscar a ese tipo era tan descabellado como buscar una lentilla en una sopa de cebolla, pero para negarme tenía que decir no a sus tres millones de poros deseables pidiéndome ayuda y eso era mucha negación para un único monosílabo. Pensé que el "amor verdadero" sería algo retorcido, astuto sin duda, así que me dirigí a los barrios bajos por si andaba escondido en una de esas casas de moral distraída. Aunque no hubiese tenido ese pensamiento también habría sido mi primer destino, pues uno tiene sus costumbres y mi ética es muy despistada. Pregunté a una cerillera que, además de cerillas, vendía "packs" de botellón. -Ése, ése es un caradura. Se hace llamar así, "amor verdadero", pero lo que le gusta es el dinero que lo sé yo. Si no, iba a estar la menda aquí, vendiendo cerillas... ¿Un litro de calimocho?-. Ni una descripción ni más señas que un posible gusto por la economía saneada. No tenía mucho por dónde empezar pero mi instinto es poderoso, un adalid del presentimiento, y , más fuerte que mi instinto, o al menos más suelto, mi intestino, que me llevó a los servicios públicos de un bar de la Sexta con la Quinta. Allí, tras depositar en la taza la parte de mi naturaleza que corresponde al eterno retorno, pude escuchar con nitidez como un hombre calvo, más bien bajo, de unos cuarenta y cinco años, le decía a una mujer, cuya descripción omito para evitar confusiones (y afirmo que era una mujer), "gracias a ti, por fin he conseguido el amor verdadero". ¡Era cierto que existía! ¡Y aquella pareja lo había secuestrado!

(Continuará)

jueves, mayo 26, 2005

Cooper, Investigador privatizado (I)

Nunca me han gustado los dentistas. La última vez que visité a uno fui para quitarme una muela y regresé casi con una dentadura postiza. Encima trató de justificar que para quitarme la mala había tenido que quitarme dos buenas. -¿Estorbaban?, le pregunté.-Claro, las puñeteras se parecían una barbaridad a la picada.-. Hice investigaciones para averiguar si de verdad era doctor, y lo era. Doctor en Ginecología y Obstetricia, lo cual explicaba todo, en especial su insistencia en pedirme que dilatase cada vez que quería que abriese la boca. En fin, un desagradable incidente más con el gremio que me hizo desconfiar. Y, precisamente, ahora, aparece ella por la puerta y me pide ayuda. Sólo en sus ojos se averigua la diferencia entre mirar y perder la mirada. Desde que éramos pequeños tiene esa habilidad especial para conseguir que no me niegue a nada. Mi Jenny. Lástima que sea dentista.

-Hace veinte años que no nos vemos, muñeca.
-Sí, desde que hicimos la primera comunión.
-Exacto, todavía recuerdo la resaca. Muy poco pan para tanto vino. Dime, ¿qué quieres?
-Necesito que encuentres algo para mí. Ando buscando el "amor verdadero".
-¿El "amor verdadero"?
-Sí, el mismo, el de "sin condiciones", el de la "pasión inmortal", el del "cuidado y respeto", el "inexplicablemente mágico" y "no me importa que uses mi cepillo de dientes siempre que no se convierta en costumbre".
-Vaya, creo que no has dado con el hombre adecuado, nena. Siempre he pensado que ese tío no existía, que era una conspiración del gobierno para mantener la ilusión del pueblo.
-Existe, lo he conocido. Necesito que lo encuentres.


(Continuará)

jueves, mayo 12, 2005

Despertares

Como todo en un segundo
escapando en un suspiro,
como todo lo querido
deambulando por el mundo.

Con la pluma desenfundo
silencios de madrugada,
la pesadumbre tragada
y lo adverso digerido.

Ha bastado un alarido
para el alma asustada.