Nunca me han gustado los dentistas. La última vez que visité a uno fui para quitarme una muela y regresé casi con una dentadura postiza. Encima trató de justificar que para quitarme la mala había tenido que quitarme dos buenas. -¿Estorbaban?, le pregunté.-Claro, las puñeteras se parecían una barbaridad a la picada.-. Hice investigaciones para averiguar si de verdad era doctor, y lo era. Doctor en Ginecología y Obstetricia, lo cual explicaba todo, en especial su insistencia en pedirme que dilatase cada vez que quería que abriese la boca. En fin, un desagradable incidente más con el gremio que me hizo desconfiar. Y, precisamente, ahora, aparece ella por la puerta y me pide ayuda. Sólo en sus ojos se averigua la diferencia entre mirar y perder la mirada. Desde que éramos pequeños tiene esa habilidad especial para conseguir que no me niegue a nada. Mi Jenny. Lástima que sea dentista.
-Hace veinte años que no nos vemos, muñeca.
-Sí, desde que hicimos la primera comunión.
-Exacto, todavía recuerdo la resaca. Muy poco pan para tanto vino. Dime, ¿qué quieres?
-Necesito que encuentres algo para mí. Ando buscando el "amor verdadero".
-¿El "amor verdadero"?
-Sí, el mismo, el de "sin condiciones", el de la "pasión inmortal", el del "cuidado y respeto", el "inexplicablemente mágico" y "no me importa que uses mi cepillo de dientes siempre que no se convierta en costumbre".
-Vaya, creo que no has dado con el hombre adecuado, nena. Siempre he pensado que ese tío no existía, que era una conspiración del gobierno para mantener la ilusión del pueblo.
-Existe, lo he conocido. Necesito que lo encuentres.
(Continuará)
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