(Continuará)
viernes, mayo 27, 2005
Cooper, Investigador privatizado (II)
Buscar a ese tipo era tan descabellado como buscar una lentilla en una sopa de cebolla, pero para negarme tenía que decir no a sus tres millones de poros deseables pidiéndome ayuda y eso era mucha negación para un único monosílabo. Pensé que el "amor verdadero" sería algo retorcido, astuto sin duda, así que me dirigí a los barrios bajos por si andaba escondido en una de esas casas de moral distraída. Aunque no hubiese tenido ese pensamiento también habría sido mi primer destino, pues uno tiene sus costumbres y mi ética es muy despistada. Pregunté a una cerillera que, además de cerillas, vendía "packs" de botellón. -Ése, ése es un caradura. Se hace llamar así, "amor verdadero", pero lo que le gusta es el dinero que lo sé yo. Si no, iba a estar la menda aquí, vendiendo cerillas... ¿Un litro de calimocho?-. Ni una descripción ni más señas que un posible gusto por la economía saneada. No tenía mucho por dónde empezar pero mi instinto es poderoso, un adalid del presentimiento, y , más fuerte que mi instinto, o al menos más suelto, mi intestino, que me llevó a los servicios públicos de un bar de la Sexta con la Quinta. Allí, tras depositar en la taza la parte de mi naturaleza que corresponde al eterno retorno, pude escuchar con nitidez como un hombre calvo, más bien bajo, de unos cuarenta y cinco años, le decía a una mujer, cuya descripción omito para evitar confusiones (y afirmo que era una mujer), "gracias a ti, por fin he conseguido el amor verdadero". ¡Era cierto que existía! ¡Y aquella pareja lo había secuestrado!
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