miércoles, diciembre 28, 2005

Navidad en la luna

"Abuelo, ¿Santa Claus existe?"-"Eh...Pues, verás...Dicen que el único hombre que lo sabe con seguridad vive en la Luna desde hace muchos años." Aquella fue la respuesta ingeniosa que me dio mi abuelo en la infancia, y ocurrió que entonces yo no entendí lo que quería decir. En realidad, él pensaba que si alguien creía de verdad que Santa Claus existía, estaría en la Luna, en Babia, enajenado, desequilibrado o como queráis llamar a un loco. Al fin y al cabo esto es lo que piensa casi todo el mundo. Así que me dio aquella respuesta para no traicionarse, pues para mi abuelo lo más importante en la conducta de una persona era la coherencia, y para no traicionarme, porque dada la edad que tenía cuando pregunté aquello pensó que todavía merecía un tiempo para la ilusión. Pero yo lo entendí de otra forma.

Pensé que realmente vivía un hombre en la Luna que conocía la verdad. Un hombre que, muchos años atrás, habría vivido en la Tierra, es más, quizás fuera niño cuando vivía en nuestro planeta. Un niño curioso que un día de Nochebuena sorprendió a Santa Claus entrando por la ventana para dejar sus regalos. Y al niño no se le ocurrió otra cosa que berrear cuando descubrió que su regalo no era el que esperaba. "¡Eres un farsante y un instigador del consumismo! ¿Te crees que por tener una camada de dudosos renos voladores puedes jugar con las ilusiones de la gente? No me vengas con excusas, las sé todas. Vives al servicio de los grandes almacenes y has vendido hasta el último pelo de tu barba blanca al mejor postor. ¡No eres nadie! ¡Ojalá no existieras!" Tamaña perorata le sentó a Santa Claus como un tiro, porque independientemente de que hubiera parte de verdad en aquello, o tuviese sus razones para mantener acuerdos comerciales, no podía prever que un niño reaccionase de esa manera. Y no sólo no podía esperarlo, sino que tampoco podía permitirlo. Si un niño dudaba de él de aquella forma, se le iría el negocio al garete. Una cosa es que la gente piense que Santa Claus es un pretexto del consumo, y otra muy distinta meter en el saco de los ejecutivos sin escrúpulos al propio Santa Claus. Así que decidió protegerse y se cargó con el chavalín dejándolo en un vuelo abandonado en la Luna. Esto, debéis pensar, no cuadra mucho con la bondad de Santa, pero yo en aquella época creía tanto en él que le justificaba cualquier acto; por ejemplo, que a mí no me trajese todo lo que le pedía, y, también este otro imaginado. El caso es que yo pensaba que allí se había quedado el niño, en la luna, desterrado para la eternidad por haber perdido su fe.

Así creí la historia durante años, y creí en santa Claus de aquella forma, mezclando ilusión y temor a partes iguales. Tuvo, además, una patente influencia en mi futuro profesional, pues empecé a interesarme con pasión por la física hasta convertirme en Doctor en Astrofísica. Precisamente conocer el Universo, o intentar hacerlo, ofrece un visión distinta de las cosas, en particular de la existencia de Papá Noel y los renos voladores. Como padre he tenido que enfretarme a la dichosa pregunta y mateniendo la coherencia que mi abuelo me inculcó respondí con precisión y sin mentiras a mi hijo: sí, existe Santa Claus. Existen los Reyes Magos, también. Existen todos esos personajes en cada uno de nosotros, a veces más escondidos, más temerosos, otras más duraderos y persistentes durante el año. Existe en todos los hombres un ápice de bondad y en Navidad necesitan afirmarlo. Es un tiempo de esperanza e ilusión. Los regalos son buen pretexto, porque pueden ocultar tu debilidad. Existe un Santa Claus en nosotros que surge cuando peor van las cosas y regala una palabra o un abrazo, o un adiós. Quién mata a Santa Claus mata el espíritu humano y se olvida de lo más importante que podemos producir y consumir: las personas.

Así lo entendió también el hombre de la luna y todos los años por Nochebuena pega un gran salto y llora su traición ¿o no habéis visto nunca brillar una estrella junto a la Luna?

jueves, diciembre 15, 2005

Un mes de silencio

Que nadie se altere, mis palabras, que ya se sabe que son como hormigas, pequeñas e insignificantes, habían perdido el camino hasta los dedos; alguna tuvo la tentación de salir por la boca, o por peores sitios, y ya se sabe, la fila se descoordina y se pierde la ocasión de cumplir un año bloggeando historias pasadas y algunas pocas recientes.

Pues eso, ya volvemos a estar callados y en fila para aporrear teclados.