- un ataque de apendicitis; por poco me da peritonitis, pero colgué al médico de su estetoscopio y le dije "o se pasa por alto la lista de espera o me la quito yo mismo y se la doy de comer", y me la quitó, aunque igualmente se la di de comer porque el sueldo de médico no le llegaba para mucho.
Eran personajes realmente tétricos. Como Johny Pies Grandes, llamado así porque tenía unas manos muy pequeñitas, o Peter El Sanguinario, cuyo mote hacía referencia a su perniciosa costumbre de donar dos litros semanales. El peor era Jack Perry, también conocido como Jack Louis, o Jack L. Perry, o Jack P. Louis. El nombre le venía de sus abuelos paternos, los cuales, por cierto, no tenían nada que ver con el mundo del crimen, aunque uno de ellos era sepulturero y aprovechaba las sinergias.
Un día que recuperaba grasa de las mesas para contribuir al cochinillo de la cena me enteré de sus turbios asuntos. Esperaban un cargamento de nieve. ¿Qué ocultarían tras esa tonta metáfora? ¿Se trataría de azúcar blanquilla? ¿Desinfectante de contrabando? ¿Polvos de talco ilegales? ¿O quizás harina adulterada? En fin, lo que menos podía pensar, siendo un detective en ciernes que todavía no se consideraba como tal, es que pudieran estar hablando de cocaína. Ese fue mi primer acierto en la profesión, puesto que no hablaban de cocaína sino de nieve de verdad, de la suave, fría, húmeda y finísima agua congelada. El golpe era muy sencillo: se trataba de distribuir la nieve por toda la ciudad y acabar de un plumazo con todos los chiringuitos playeros de la competencia; después construirían una estación de esquí con el consiguiente pelotazo y de paso se harían con el negocio del yeso , prometedor, puesto que allí nadie tenía ni idea de esquiar. Un plan perfecto para apoderarse de la ciudad. Pero no contaban conmigo.
(CONTINUARÁ)
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