-Era una mujer increíble. ¡Vaya piernas! No pareciera que fueran suyas.
-¿Cree que eran robadas?
-No, no le pegaba. Quizá prestadas.
-¿Conoce a algún prestamista de piernas?
-Sí, ese rockero....Leggy. Vive al otro lado del río.
-Esta ciudad no tiene río.
-Bueno, ya sabe..., ¿cuál es esa calle que se inunda siempre?
Me encaminé al otro lado de la ciudad en busca del tal Leggy. Había oído que era un tipo singular. Le gustaba coser los calzoncillos al forro de los pantalones para ahorrar tiempo por las mañanas. Como le gustaba cantar bajo la ducha, lo hacía sin agua para poder tocar la guitarra eléctrica. Y siempre pedía sus perritos calientes con tomate, mostaza, cebolla, lechuga...con todo, menos con salchichas que no las tragaba. Golpee el extraño aldabón con forma de Elvis. Un afilado tupé se asomó y tras él la estampa de un rockero.
-¿Qué pasa tronc?
-Necesito un par de piernas Leggy.
-No sé de qué me hablas, tío.
-Vamos Leggy, el domingo corro la milla de san Genaro y con las mías no llegaré a ninguna parte. Necesito unas piernas Leggy, pagaré lo que sea.
-Pasa.
Entré y me mostró el material. Tenía toda tipo de extremidades y articulaciones. Brazos, piernas, codos, hasta un par de corvas sin usar. Mientras hacíamos negocio le sonsaqué y me confirmó que había vendido un par de piernas de bailarina, hacía un par de meses, a una mujer. Por lo que él había oído ahora trabajaba en el Molino Cojo. Le di las gracias a la par que rechazaba su mercancía: “Con esos tobillos no duraría ni trescientos metros.”
(Continuará)
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