-Verá usted... es bastante grave. Ese hombre es muy peligroso. Es astuto, impredecible, hábil, escurridizo...y está fuera de su cabales. Podría hacer cualquier cosa para arruinar mi empresa.
-¿Y cuáles serían sus motivos para querer hacer eso?
-Pues...Hace unos años hubo un accidente en la fábrica de inodoros. Una línea se paró bruscamente y le enganchó por las orejas. Conseguimos sacarle pero desde entonces vive con una cisterna en la cabeza. Cada vez que alguien le da una palmadita en el hombro para consolarle...ya sabe, es como si tirasen de la cadena.
-Entiendo, ese hombre vive permanentemente con el agua al cuello, y cuando le tocan la cadena se moja los pantalones. Vaya, ¿y qué le hace pensar que quiere atentar contra su vida?
-No sé, últimamente me suceden cosas extrañas. El otro día fui a coger el coche y cuando me senté en el interior comprobé que no podía ver a través del cristal. Algo lo impedía. Llamé a la policía y corroboraron mis sospechas: alguien había tratado de dificultar mi visibilidad colocando una cabeza nuclear en el capó delantero. Además, me han enviado por correo tres lanzallamas que no he pedido y todos se dispararon accidentalmente al abrir la portezuela del buzón. Necesito que dé caza a ese hombre, temo que sea proclive.
Así de fácil, encontrar a un hombre con una cisterna en la cabeza. Como si la ciudad no estuviera llena de tipos así. Y encima hábil, agresivo, y peor aún, proclive. ¿Por qué demonios debería aceptar aquel caso? Sin embargo, algo me atraía en todo aquello. ¿Podría volver a meter en sus cabales a aquel loco?¿Serían lo suficientemente grandes?
Al caer la noche inicié mis pesquisas por los bares de siempre. Mostraba la foto del sujeto pero la respuesta siempre era la misma.-"Me suena esa cisterna, pero no sobre esos hombros." Era posible que se los hubiese operado para pasar desapercibido, la foto no era una buena pista. Seria difícil encontrar a alguien que para esconderse sólo tenía que ponerse en cuclillas junto a una pared y juntar los brazos a modo de taza. Si además oliera mal...Traté de averiguar algo sobre su vida anterior, sus amigos, su aficiones, sus costumbres. Las respuestas me llevaron al club de golf de la ciudad. Mi hombre era un consumado jugador. Era capaz de embocar de un solo golpe cualquiera de los dieciocho hoyos del campo. Pero tenía un problema: era proclive. Eso hacía que siempre embocara en el hoyo que no le correspondía. Si salía del tres, apuntaba al ocho. Sus golpes eran excepcionales, pero aleatorios. Supuse que aquella cualidad persistiría en él de un modo u otro.
(CONTINUARÁ)
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