jueves, septiembre 01, 2005

Cooper: El eslabón perdido (III)

Después de saborear el menú de degustación, con descubrimiento de falsas pistas incluido, me dirigí a las fábricas de “El Ternerillo” y fingí ser un inspector de sanidad. No tuve que disfrazarme demasiado, pues en esas leyendas urbanas que hablan de la aparición de estos personajes, y de sus primos, los inspectores de trabajo, nadie ha conseguido describir de forma fidedigna su aspecto.

- Muy buenas. Vengo a realizar una inspección de sanidad.
- Vaya, creía que era una leyenda urbana... Sí, pase por aquí.
- No, gracias, si no quiero ver el gimnasio de la empresa. Lo que quiero ver es la fábrica de hamburguesas.
- Ah, claro, qué despiste. Uno se pasa el día viendo toros y vacas y ya no sabe dónde...
- Le seré claro. No me importan las ratas que corretean por aquí, ni el enjambre de moscas que anida en aquella prensa. Puedo hacer que no he visto a ese perro al que le faltan los traseros e, incluso, aunque me molesta, pasaré por alto las cucarachas que tratan de trepar por mi pernera. Sólo quiero saber de dónde salió este premolar.
- Déjeme ver... Pues la verdad no... Espere, quizá tenga que ver con aquel loco. Hace unas semanas entró en la fábrica un hombre desaliñado con un aspecto bastante animal. Estuvimos a punto de triturarle. Le hincó el diente a una de aquellas piezas de ternera y después se fue aullando. Supongo que tenía hambre.

Ya le estaba estrechando el círculo y eso seguramente podía doler. Me dirigí a los bosques colindantes con la esperanza de encontrar alguna huella. Sólo encontré algunas latas, unos billetes, una diana electrónica y un berbiquí. Ni rastro del eslabón perdido. Pasado el tiempo decidí volver a casa y dejar definitivamente el caso hasta la vuelta de las Navidades pero algo en mi interior me lo impedía. Algo que algunas personas tienen y otras no. Algo que incluso tienen las palomas: sentido de la orientación. Me había perdido por completo y no tenía ni idea de por dónde tirar. Ya sabía yo que ir sin norte por la vida me pasaría factura en algún momento. Miré hacia el cielo intentándome guiar por las estrellas pero aquello era enjambre de luces blancas sin sentido. Un carrito, un escorpión..., ya podían formarse para hacer un cartel que señalara a la carretera más cercana. Sólo puede pasar una cosa cuando se mira hacia el cielo con tal desorientación y es que una enorme rama te golpeé a la altura de la barbilla con precisión boxeadora.

(CONTINUARÁ)

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