Hedoto y Arísitides se pusieron en camino. El joven héroe podía caminar, aunque lanzaba sus pasos aleatoriamente, al norte, al sur, al ombligo de Hedoto, y tardaban horas en avanzar unos metros. Tardaron dos días en cruzar la calle, pero por fín entraron en la botica regentada por el viejo sabio Clamoxyl. Hedoto tomó la palabra: " Anciano, nos han informado de la desaparición del paracetamol.¿Es cierto eso?" - "Más bajo, por favor, me duele horrores la cabeza... Sí, ayer mismo las Harpías me visitaron y destrozaron el local. Pero al frente de ellas estaba el más cruel de los crueles, la más vil de las criaturas, el más infecto gusano, canalla y despreciable... y no es nada personal."-"¿Quién? ¿Quién era?"- "Períades, el Gran Oso Amoroso" Enfrentarse a aquella bestia era una hazaña descomunal para cualquier mortal. Arísitides trazó un plan genial pero fue incapaz de comunicárselo a su amigo Hedoto. Este también urdió un plan, menos ingenioso, pero que gozaba del favor de sus palabras claras y biensonantes. "Esta bien, haremos esto. Yo te llevaré hasta la madriguera de Períades y, mientras tú le haces frente con tu rápida y ágil pasividad, yo entraré y recuperaré el paracetamol. Si cuando salga todavía queda algo de ti, te recogeré y no tendrás que preocuparte por los dolores, pues ya tendré la medicina." Arístides ni siquiera pudo asentir, pero Hedoto asumió que el que calla, otorga.
Alquilaron un carro, pues el tiempo era precioso y no podían estar a merced del caminar errático de Arístides, y se dirigieron a las Tierras de la Remolacha Salada, donde se encontraba la guarida del odioso ladrón. Por el camino tropezaron con todo tipo de criaturas extrañas: los Tibulirí eran unos deformes animalitos con cabeza de elefante africano y cuerpo de elefante asiático, que vestían chaqueta, corbata y bermudas hawaianas; los Galianos eran unos pájaros con cabeza de toro, que tenían cien piés, la mitad de cerdo y la otra mitad de canguro, por lo que tenían un caminar un tanto extraño que pasaba desapercibido porque nunca ponían pie en tierra; también vieron Pelifóstenes, unas bestias con cabeza de león y cuerpo de gacela, que no sobrevivían demasiado a sus propios mordiscos, y, por último, las curiosas Arielitas, pequeñas ranas peludas que saltaban hacia atrás, salvo cuando se encontraban en peligro, momento en el que salian unas ruedas de los costados y aparcaban de oídas.
(Continuará)
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