miércoles, agosto 10, 2005

Cooper: El eslabón perdido (I)

Siempre me gustaron las luces navideñas. Ese derroche de luz y alegría cruzando de fachada en fachada suele ahorrarme un 25% del recibo de la luz. Aún así encendí una pequeña lámpara para que mi cliente no se sintiera incómodo.

- Oh, no se preocupe no tiene por qué encenderla. El torpe soy yo por golpearme con la mesa.
- Bueno, bueno, no es molestia, al fin y al cabo es Navidad. Cuénteme, ¿en qué puedo ayudarle?
- Pues verá, me he topado con un misterio y creo que necesito ayuda profesional.
- Eso digo yo siempre. En los asuntos detectivescos no sirve el “hágalo usted mismo”. Hay que saber manejarse en esta profesión.
- Sí, eso creo yo también. Verá, trataré de ser breve. Durante décadas, miles de científicos se han afanado en buscar la pieza que falta en el inmenso puzzle de la evolución humana. Los hallazgos de cráneos, caderas, metatarsos y demás huesos y “huesecillos” que fueron enterrados por el paso de los años, y en ocasiones, por el paso de apisonadoras y el asfalto, han revelado datos valiosísimos para averiguar como el hombre pasó de no saber cómo vestirse a pagar a otro para que lo hiciera...
- Disculpe, ha dicho usted breve, ¿verdad?
- Sí, sólo quería ponerle en contexto. Porque si conseguimos desvelar este misterio todos los estudios quedarán obsoletos y deberán adaptarse a un nuevo modelo de evolución.
- No suena mal. Aunque me preocupa más lo de pagar al sastre que lo de los huesecillos enterrados. Necesito que me cuente algo más si he de iniciar la búsqueda de...
- El eslabón perdido.
- ¿Buscamos un pedazo de cadena?
- Aguarde. Le contaré. El pasado sábado abandoné a las ocho mi laboratorio como todos los días. Había trabajado durante horas con los resultados de la prueba de carbono catorce efectuada sobre aquel pedazo de tela que me envió el gobierno de Qatar, y mis conclusiones eran las que ya temía: no pertenecían a una especie primitiva superdesarrollada que conociera las técnicas de impresión con tinta. No, la leyenda “Made in Taiwán”, era absolutamente contemporánea. De hecho, debido al mínimo error estadístico, los resultados sugerían que había sido tejida en el año 2030. Una vez más, mi trabajo se perdía en estupideces con la misma facilidad que mis lentillas se pierden en la sopa jardinera de mi abuela. Caminé, como siempre, hasta mi hamburguesería preferida para cenar ligeramente antes de volver a casa...
- Eh, perdone, tenemos el mismo concepto de breve, ¿verdad?
- ...pedí la extra grande con queso porque mi pensamiento siempre es que cuanto más grande sea la hamburguesa más tiempo tengo para acostumbrarme a un posible sabor desagradable, y, así, el último bocado seguirá siendo perfecto. Así que le hinqué el diente, y, como en una reacción química, semejante se encontró con semejante.
- ¿Algún trozo de tomate entre sus dientes se encontró un compañero?
- No, mi mandíbula fue a tropezar con un cuerpo extraño embutido en la hamburguesa. Lo agarré preso de indignación, con la intención de hundírselo en la garganta al encargado, cuando una mezcla de repugnancia e intriga me paralizó. ¿Era aquello lo que parecía? Lo era.
- ¿Qué era?

(CONTINUARÁ)

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