domingo, noviembre 06, 2005

Las campanas de la iglesia (II)

El conflicto ha traspasado con creces los muros de la casa Toscani y ha dividido al pueblo en dos secciones: los que apoyan a la pareja y los que están del lado de las campanas. A diario se convocan mitines y manifestaciones en pos de una y otra causa, y el Ayuntamiento y las fuerzas de orden público se ven obligados a realizar auténticas piruetas burocráticas para organizar los itinerarios de los manifestantes y evitar que estos se encuentren y lleguen a las manos. La tarea es harto difícil teniendo presente la escasez de calles con la que cuenta el pueblo, y, de una forma u otra, las masas acaban topándose en la plaza Mayor, poniendo en un aprieto a don Giuseppe, la máxima, y única, autoridad del cuerpo de Carabineri, que, para más inri, es el campanero que fabricó las campanas. El pobre hombre se siente en deuda con el matrimonio, por las penurias que dicen pasar, y con toda la gente que les apoya, pues se siente responsable como padre de tan estruendosa creación. Pero precisamente esa faceta paternal es la que , en el fondo, le tira hacia la defensa de los instrumentos musicales, aquellos que hizo con sus manos, derrochando arte y sentimientos, arriesgando la pérdida de su propia esencia en su favor.

Tal fue el revuelo que causó el campaneo que llegaron periodistas de todas partes, de Italia, de Europa, del mundo, para cubrir cumplida información del suceso. El pueblo saltó a la fama, no por su exquisito queso de cabra, ni por sus laureadas cestas de mimbre, ni siquiera por la fábrica de inodoros, que tenía la mayor producción de pastillas para excusados de la zona norte, saltó a la fama por la problemática musico-sexual nacida del campanario, apetitoso bocado para periodistas morbosos, principiantes en busca de su gran historia y profesionales al borde de la jubilación. Desde el alcalde al cabrero, desde la maestra al carpintero, todos fueron entrevistados y avasallados a preguntas, más o menos estúpidas, más o menos relevantes, que en ningún caso ofrecían respuestas al enigma que se cernía sobre el pueblo. El cabrero respondía siempre, con sinceridad, que las cabras no se quejaban; el carnicero aseguraba que los filetes seguían siendo tiernos, "los más tiernos de aquí a Roma", y la maestra afirmaba que los niños aprendían
mucho y muy bien, y que los rumores acerca de ella y el farmaceútico eran absolutamente falsos. Quien más quien menos aprovechaba la presencia de la prensa en el pueblo. Sobre todo el jefe de la oposición al alcalde que se jactaba de que aquello no había ocurrido durante su legislatura y que , por supuesto, de estar en el poder se habría acabado hacía tiempo. No tardó mucho la prensa en quemar el asunto y se fue, con un montón de historias frívolas y ninguna respuesta satisfactoria, por el mismo sitio que había venido. Y las campanas seguían sonando al ritmo que marcaba el impulso sexual de la pareja Toscani.

(CONTINUARÁ)

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