Tal fue el revuelo que causó el campaneo que llegaron periodistas de todas partes, de Italia, de Europa, del mundo, para cubrir cumplida información del suceso. El pueblo saltó a la fama, no por su exquisito queso de cabra, ni por sus laureadas cestas de mimbre, ni siquiera por la fábrica de inodoros, que tenía la mayor producción de pastillas para excusados de la zona norte, saltó a la fama por la problemática musico-sexual nacida del campanario, apetitoso bocado para periodistas morbosos, principiantes en busca de su gran historia y profesionales al borde de la jubilación. Desde el alcalde al cabrero, desde la maestra al carpintero, todos fueron entrevistados y avasallados a preguntas, más o menos estúpidas, más o menos relevantes, que en ningún caso ofrecían respuestas al enigma que se cernía sobre el pueblo. El cabrero respondía siempre, con sinceridad, que las cabras no se quejaban; el carnicero aseguraba que los filetes seguían siendo tiernos, "los más tiernos de aquí a Roma", y la maestra afirmaba que los niños aprendían
mucho y muy bien, y que los rumores acerca de ella y el farmaceútico eran absolutamente falsos. Quien más quien menos aprovechaba la presencia de la prensa en el pueblo. Sobre todo el jefe de la oposición al alcalde que se jactaba de que aquello no había ocurrido durante su legislatura y que , por supuesto, de estar en el poder se habría acabado hacía tiempo. No tardó mucho la prensa en quemar el asunto y se fue, con un montón de historias frívolas y ninguna respuesta satisfactoria, por el mismo sitio que había venido. Y las campanas seguían sonando al ritmo que marcaba el impulso sexual de la pareja Toscani.
(CONTINUARÁ)
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