martes, febrero 22, 2005

Y yo, ¿por qué escribo?

Todos, en alguna ocasión, hemos deseado saber, conocer telepáticamente, los pensamientos de los demás. Ahora pienso en ello con más asiduidad, me pregunto en algunos silencios, en algunas miradas distantes, qué inquietudes están retozando por cabezas ajenas. Pero este deseo que me sobreviene no responde tanto al anhelo de conocer con exactitud e interioridad a los otros, como al hecho de conocer cuánto se pierde en el camino que va de nuestros adentros hasta los oídos de quienes escuchan. A mí, personalmente, me sorprende y me fastidia, la capacidad que tengo para dejar en nada todo lo que encuentro, con ímprobos esfuerzos, en mi último rincón intestino. Incapacidad para vestir con palabras todo lo que he desnudado allá en el fondo, incapacidad para hacer pasar la luz que parece que ha brillado en lo más confuso. Y no dejo de preguntarme, cuando alguien me habla de forma sincera, cuánto quedará de lo que realmente deseaba decir. Quizá todo, quizá nada.

Todo esto, que ya de por sí resulta vago, explica por qué escribo. Porque cuando uno se sienta delante de una hoja en blanco, es como sentarse delante de uno mismo, ante esa primera forma que has de arañar para sacarle algo preciso. Y en ese paso de la sangre a los dedos, se pierden menos cosas, y lo que se extravía puede encontrarse en otra lectura, en un segundo que quedó atrapado en dos líneas, en un minuto nuevo que rehace lo hecho. Con ese brotar del alma por las manos se puede sacar de paseo a la angustia y dar a conocer todos los recuerdos, fantasías, ansias y sentimientos. Escribir es una forma de hablar con todos, aunque es también una forma de hablar con nadie.

En el fondo de cualquier reflexión habita la intención de darse a conocer, de comunicar su existencia. Pensar y hablar. Ser en sí mismo, dar, y ser en otro. Y da igual si es un susurro o una letra temblorosa, si está impreso con tinta o es a pleno grito. Da igual, incluso, si es un silencio. Lo que importa es que, sea cual fuere la forma que escojamos para comunicarnos, no se pierda nada por el camino, que si hemos encontrado tesoros no parezcan piedras falsas, que podamos sentirnos, de alguna manera, conocidos. Y creer, sobre todo, que si vimos algo allá en las profundidades de un mar propio, eso permanece en nosotros, existe, a pesar de las dificultades para mostrarlo, por ejemplo, en estos tres párrafos

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