Soy proclive. Siempre lo he sido y creo que es justo ahora que me queda tan poco de suerte anunciarlo.
Desde pequeñito tuve una especial propensión, acentuada por el asalto de inclinaciones incontroladas. Propender era para mí algo natural aunque los demás lo rechazaran por impulsivo. Pero, sí, desde mis incipientes cinco años soy proclive. Cada vez que bebía un vaso de agua por las orejas tenía que disimular para evitar que se dieran cuenta. No podía dar dos pasos sobre los nudillos sin que alguien murmurara alrededor. Y siempre que cepillaba mis dientes con estropajo se hacía un silencio fúnebre. Varias novias me dejaron por ello. No comprendían que fuera tan especialmente proclive, y a veces, erróneamente, me tachaban de confuso y prolijo.
Pero nunca hubo nada farrragoso en mi conducta, simplemente me mostré más tendente que los demás. ¿Acaso no debí?
miércoles, diciembre 29, 2004
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